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Voto de Luis Arteaga:
9
Drama. Comedia Sombra y Santos viven afincados en un apartamento al que hace tiempo ya le cortaron la luz por no pagar la renta. Reciben la visita del hermano menor de Sombra, Tomás, enviado por su madre porque ya no se soportan. La llegada del chico cambia las cosas y deciden todos emprender un viaje para rendir homenaje a un músico mítico que oía el padre de Sombra y Tomás, que nadie conoce, y que según ellos pudo haber salvado al rock mexicano. (FILMAFFINITY) [+]
14 de mayo de 2015
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese al gran número de películas que se producen en el mundo cada año, aun así cuesta ver alguna que se salga de lo habitual incluso dentro del denominado "cine independiente". Sin pretensiones ni artificios Güeros es una de esas películas al margen de los tópicos, una rareza que bucea con la destreza de los clásicos en las profundidades de un arte maltratado. Película que le devuelve al cine lo que es suyo, un medio de expresión visual con una narración propia en la que cada plano puede convertirse en una metáfora poética que refuerce el mensaje. Una forma de hacer cine extinta y olvidada, condenada ya tristemente al terreno del romanticismo fílmico.

En un sincero y nostálgico homenaje al cine francés de la Nouvelle Vague, Güeros se nos presenta en formato 4:3 con una fotografía en blanco y negro a la altura de los grandes maestros de la luz. Imágenes de gran belleza que envueltas por un tratamiento del sonido y un montaje sobresalientes elevan la obra la categoría de arte. Una precisión técnica y una visión de “autor” que nos dejan aún más perplejos al descubrir que este film lo firma como ópera prima un tal Alonso Ruizpalacios, nombre que a juzgar por su talento deberíamos ver más a menudo en la gran pantalla.

Entrando ya de lleno en la historia, la trama de Güeros se desarrolla en México en mitad de una época convulsa marcada por las manifestaciones estudiantiles, un escenario en el que Ruizpalacios trata con mimo paternal a unos personajes instalados en la desidia, para los cuales la sociedad mexicana tampoco tiene un porvenir mejor que ofrecerles. Una crítica social que sin embargo no resulta moralista, sino que más bien sirve de excusa para empujar a un curioso grupo de jóvenes a un absurdo viaje al pasado en el que redescubrirán el amor y sus miedos, y que les hará dar finalmente un paso al frente en sus vidas. Un proceso de madurez que como alega el propio protagonista en su memorable monólogo final, se nos muestra a través de los ojos del poeta, de aquel que no coge los trenes sino que se sienta en la estación a verlos pasar.
Luis Arteaga
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