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Voto de Baxter:
9
7,1
102.065
Drama. Comedia
Bob Harris, un actor norteamericano en decadencia, acepta una oferta para hacer un anuncio de whisky japonés en Tokio. Está atravesando una aguda crisis y pasa gran parte del tiempo libre en el bar del hotel. Y, precisamente allí, conoce a Charlotte, una joven casada con un fotógrafo que ha ido a Tokio a hacer un reportaje; pero mientras él trabaja, su mujer se aburre mortalmente. Además del aturdimiento que les producen las imágenes y ... [+]
23 de enero de 2008
19 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lost in translation se desarrolla en Tokio, una ciudad inmensa, artificialmente luminosa, ruidosa, acelerada, ajena, en donde los neones escupen brillos hirientes día y noche, tornasol y arco iris químico; donde gigantescos monolitos acristalados proyectan desfiles de modas, iconos publicitarios del primer mundo protagonizados por estrellas del cine, del deporte o de la televisión. Una ciudad en la que entra Bill Murray adormecido en un taxi multicolor llevando consigo un crónico aburrimiento existencial. Una semana en otra ciudad para un profesional del cine sin oficio, atraído, casi prostituido, por una oferta difícil de rechazar. Halagos, besos, elogios, risas de artificio en mitad de ninguna parte; anfitriones diez centímetros más bajitos con ansias de gustar, practicantes de una cultura que no entiende, que no comparte, que le hastía, que no intenta comprender para el poco tiempo que pasará entre ellos, ausente de sus pretensiones y costumbres.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Desde el principio fascina la mirada cínica de Murray ante ese mundo desconocido y desorbitado, arquetipo de habitante de la polis curado de espanto. Poco después, él y Scarlett Johansson se encuentran. Tenía que pasar. Ella comienza la senda del desencanto, mientras que él ya la ha recorrido en más de una ocasión. Ella todavía cree en el amor, él asume la infidelidad como un accidente en una noche con demasiadas lagunas. Ella quiere escuchar que todavía hay esperanza. Él sabe que no, pero echa mano de mentiras piadosas. Ella comienza a sospechar que no eligió al hombre adecuado. Él sabe que la elección es indiferente, que pasado un tiempo nada colma. Desean amar tanto como los abandonados protagonistas de In the mood for love, la emocionante película de Won Kar Wai; quieren pensar que han encontrado un alma gemela. Añoran. Sufren. Desprecian. Ignoran. Se conocen desde hace tiempo y nunca se han saludado. Unas horas después duermen juntos, pero nada hay que reprocharse a la mañana siguiente.
Pesimismo controlado, contención, mesura y profundidad de sentimientos para contar una historia de personajes que muchas veces necesitan pocas palabras para transmitir lo que llevan dentro, que se bastan con las miradas, con un gesto, con una sonrisa desde lo lejos, algo a lo que ayuda una espléndida banda sonora –elemento que cobra protagonismo desde el inicio– y una cuidada fotografía; ambas logran ese equilibrio entre tradición y modernidad que está en el alma del mismo Tokio.
Resulta paradójico que en una película en la que se habla tan poco, todo tenga tanto que decir. Ese es el reto que se marca la directora: lograr que todos los objetos hablen, desde el más pequeño (el vaso de güisqui relleno de té) al más grande (el propio escenario de la ciudad). Sofía persigue la intensidad de ese significado en cada escena como si de ella dependiera el éxito de la historia. Con tan pocos recursos, la directora sólo tiene la salida de cargar cada elemento de sentido y construir dos personajes que son capaces de moverse sin artificios. Sofia logra ambas cosas con una naturalidad que convierte toda la película en una lección de cómo contar una historia con un par de personajes en un entorno “hostil”. No es que necesite pocos elementos, es que quita aquellos que no añaden nada a la historia para que pueda mantenerse ese tono particular.
El resultado es que Sofía Coppola ha dado grandes muestras de exquisitez y de sentido artístico. En un tiempo en el que el cine parece depender como nunca del diálogo como medio de expresión, ella busca constantemente la imagen, el silencio y las miradas cómplices para recrear una de las historias de amistad, amor y ternura más fascinantes y hermosas de los últimos tiempos.
Pesimismo controlado, contención, mesura y profundidad de sentimientos para contar una historia de personajes que muchas veces necesitan pocas palabras para transmitir lo que llevan dentro, que se bastan con las miradas, con un gesto, con una sonrisa desde lo lejos, algo a lo que ayuda una espléndida banda sonora –elemento que cobra protagonismo desde el inicio– y una cuidada fotografía; ambas logran ese equilibrio entre tradición y modernidad que está en el alma del mismo Tokio.
Resulta paradójico que en una película en la que se habla tan poco, todo tenga tanto que decir. Ese es el reto que se marca la directora: lograr que todos los objetos hablen, desde el más pequeño (el vaso de güisqui relleno de té) al más grande (el propio escenario de la ciudad). Sofía persigue la intensidad de ese significado en cada escena como si de ella dependiera el éxito de la historia. Con tan pocos recursos, la directora sólo tiene la salida de cargar cada elemento de sentido y construir dos personajes que son capaces de moverse sin artificios. Sofia logra ambas cosas con una naturalidad que convierte toda la película en una lección de cómo contar una historia con un par de personajes en un entorno “hostil”. No es que necesite pocos elementos, es que quita aquellos que no añaden nada a la historia para que pueda mantenerse ese tono particular.
El resultado es que Sofía Coppola ha dado grandes muestras de exquisitez y de sentido artístico. En un tiempo en el que el cine parece depender como nunca del diálogo como medio de expresión, ella busca constantemente la imagen, el silencio y las miradas cómplices para recrear una de las historias de amistad, amor y ternura más fascinantes y hermosas de los últimos tiempos.