Llueve mucho, Rambo se moja. Necesitas serpientes: mandas a Rambo a que te las coja. Le menosprecias, quieres una pitón. Rambo enfurece, se ha secado de repente. Así sabemos que el otrora impulsivo soldado se contiene, y toda esa ira que lleva dentro le ha hinchado como a un buey. Y llegan los cristianos de Chicago a pedirle que le transporten hacia la cuna de Satán para llevar la palabra del señor y medicinas (¿MEDICINAS?) hasta esas tierras aterrorizadas por un ecuatoriano de 1,50m que mata. MATA. Por fin vemos disparos y desmembramientos gratuitos, el mal deconstruído, el motivo subyacente de la ira de Rambo, que tanto le ha hinchado, que le ha convertido en el MEGAZORD humano. Pero una chica llora, hay un plano precioso de las volutas de la forja en la que Rambo se forja las hélices de su barcaza en la que transportará Cristianos y mercenarios chungos, pero no las forja para matar, sino para transportar. Y crece su ira y su soledad y su tristeza, y hay increíbles tomas de la selva camboyana, y música épica, Y NO PASA NADA.

Pero Rambo tiene flechas y lo gore despierta tus aplausos, y empiezas a tirarle las palomitas a tu compañero de sofá, y saltas, y ríes, y es todo terrible y desolador. Y tu garganta está a punto de ser arrancada por las manos de Rambo o de los mercenarios que se apuntan a la fiesta, y el poder de Cristo te hace más fuerte. Y vuelve a haber planos increíbles, y música orquestada, y piensas que ha merecido la pena, esos 20 minutos desenfrenados merecen la pena, joder, si hasta sale una teta.