Después de unas buenas críticas (con algunas excepciones como la de Boyero) a partir de una verdadera prueba de fuego como es la inauguración del Festival de Cannes nos llega una singular y colorista narración alrededor de la idealización del primer amor pre-adolescente. El director Wes Anderson lo deja muy claro en una entrevista al confirmar que no son sus recuerdos del primer amor sino “los recuerdos que le hubiera gustado tener”.
Hecha esta prevención tenemos que valorar la cinta a partir de las formas que presenta y todo aquello que rodea la trama más allá de la historia como tal. La magia que lo envuelve consigue crear un estado de ánimo juguetón y mirada simplona a pesar de que cada escena, cada diálogo y cada detalle están encajados y muy elaborados. A destacar cada uno de los personajes “adultos” que rodean a la pareja protagonista y que vienen a representar acertadamente todas las miserias e hipocresías del mundo de la madurez: el padre anímicament desvalido y fuera de juego, el solitario un poco ignorante pero emocionalmente empático y solidario, la encargada de los servicios sociales que simboliza la fría y distante eficiencia o los diferentes jefes de campamentos juveniles que llevan como bandera la rigidez para esconder la inutilidad. Esta riqueza de retratos adultos también se encuentra en los compañeros de campamento o hermanos de los protagonistas dibujando perfiles estereotipados de personalidades muy definidas. Esta riqueza es, en mi opinión, uno de los valores más importantes de esta cinta.
Por otro lado, el tratamiento formal se excede al dar un tono muy personal y único que no consigue del todo crear un ambiente mágico y con un ritmo dinámico. El guión tiene momentos con excesivas repeticiones y la figura del narrador externo no acaba de enlazar con explicaciones, a veces, innecesarias.
En definitiva, estamos ante un film muy, pero que muy, particular (cine de autor, tal y como le gusta al Festival de Cannes) al cual se tiene que mirar con la predisposición de quien asiste a un cuento juguetón, un poco “naïf” y lleno de una ingenuidad inquietante y con un doble sentido muy muy conseguido.

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