Salir del la sala y maldecir el momento que se ha acabado la proyección es un síntoma evidente de la intensidad de la vivencia que se había disfrutado intensamente. De entrada un buen síntoma.
La decadencia de una estrella del cine mudo coincidiendo con la irrupción del cine hablado con al crisis del 29 por el medio y la ascensión en paralelo de una joven promesa podría ser de principio un argumento simple y ya muy removido. La simplicidad aparente parece incrementarse con la utilización del B/N y de la ausencia de sonido. Pero todo esto es aparente porque cada escena está milimétricamente estructurada en consonancia con la música, la fotografía con la utilización magistral de las sombras se acerca a la perfección y la dosificación de la trama amor-desamor con toques de sutil ironía está perfectamente dosificada.
Más allá del agradecido tratamiento del cine dentro del cine, la trama de amor y desengaño, a pesar de que perfectamente previsible y sin sorpresas, presenta un tratamiento con un estilo y una dosificación impecable, sin estridencias ni efectos ostentosos.
Un homenaje a los pioneros del cine que, al mismo tiempo, es un placer para los sentidos y un divertimento por el alma. A pesar de los múltiples premios que ha tenido se merece la mejor suerte a los Òscars.