Cuando un director decide hacer una película o una obra de teatro de época, lo primero que suelo preguntarme es de qué modo la adaptará para resultar interesante en la época en la que vivo. Redford decide hacer una analogía a la inversa y me explico, la última versión de Corioliano de William Shakespeare, interpretada por Ralph Fiernnes, se desarrolla en una Roma actúal y el tema del que nos habla el bardo universal resulta igual de moderno aunque se eliminen los versos. Pues bien, La conspiración nos habla del poder de los mandamases de la Casa Blanca pero visto desde otra época histórica, la que le tocó en mala suerte a Abraham Lincon. El equívoco título puede dar a entender que se investiga y juzga una conspiración contra el primer presidente de EEUU asesinado, sin embargo, eliminando multitud de personajes que llegaron a ser detenidos como presuntos conspiradores, aquí se centra en un personaje femenino que pudo ser inocente o no de esa conspiración, pero al que se le negó la oportunidad del desarraigo de la venganza inmediata, igual que ocurría a presuntos presos en los primeros días tras el 11S. Es también un alegato a la discriminación social e incluso laboral, del norte versus sur, de hombres contra mujeres o su discriminación positiva y de la importancia del rango de las creencias de cada uno: el abogado, el soldado, el político, el cura claman por su creencia firme en lo que han jurado o lo que creen, se les olvida que la madre clama más fuerte por sus hijos.