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España España · Madrid
Voto de Panadero:
7
Terror. Thriller Edimburgo, 1831. Donald Fettes, un joven estudiante de medicina, llega a la mansión del doctor MacFarlane, un prestigioso cirujano y profesor, para servirle como ayudante. El siniestro cochero John Gray es quien le proporciona clandestinamente al médico los cadáveres que utiliza en sus clases y en sus investigaciones, cadáveres frescos procedentes de las tumbas del cercano cementerio. Gray aprovechará la situación para chantajear a ... [+]
1 de febrero de 2009
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El productor Val Lewton, dentro de la RKO, pareció encontrar la gallina de los huevos de oro en la producción fanta-terrorífica de los cuarenta. En esa década, aquellas caracterizaciones de los mitos de la Universal que diez años atrás provocaran desmayos, pasaron a considerarse “disfraces”, y se precisaba un pulso firme y delicado para rubricar el terror.
El principal valor sería Jacques Tourneur, un genio que alguien definiría como “el cineasta más taciturno de Hollywood”, aportando obras maestras del cine como La Mujer Pantera (Cat People, 1942) o Yo Anduve con un Zombie (I Walked with a Zombie, 1943).
El film constituye una recuperación de dos actores a los que se suponía “baja forma”: Boris Karloff y Bela Lugosi. Principalmente destaca el primero, como el siniestro cochero Gray, que consigue una excelsa caracterización, incluso similar a las de Lon Chaney por su sentido de lo grotesco y abominable. Además, la cinta acredita haber adaptado el original literario de Robert Louis Stevenson.
El conjunto deriva hacia el melodrama criminal, variando además la ubicación moderna de los films producidos por Lewton por un decimonónico Edimburgo. Obsérvese además que el laureado director de fotografía Nicholas Musuraca, que tan gloriosas sombras ha dejado en el cine de los cuarenta, se ve en El Ladrón de Cadáveres sustituido por Robert De Grasse.
En definitiva, con todos los elementos para realizar una pieza artesanal de terror puro y duro, el cineasta se acaba decantando por el melodrama de raíz psicoanalítica, ahondando así en otro subgénero en ebullición por aquel entonces. Esta voluntad de estilo se aprecia principalmente en el perfil de la niña paralítica, confinada en su silla de ruedas por la añoranza que le produce la ausencia de un misterioso caballo blanco al que la misma alude. Es más; Fettes afirmará de su mentor, “me ha enseñado la matemática de la anatomía, pero no la poesía de la medicina”.
Principalmente en ese punto radican las grandes virtudes y flaquezas de la película de Wise; el gran artesano busca con cierto sentido del riesgo una nueva poética del terror, pero ésta le hace sucumbir ante la tentación del melodrama.
Quizás puedan parecer discordantes los 10 minutos finales de cinta: la calma de la puesta en escena se ve virada hacia un expresionismo manierista, y el retrato costumbrista de tabernas, personajes noctámbulos y ambientes médicos se ve sustituido por elementos sobrenaturales que no parecen obedecer continuidad alguna con lo previamente visto. De hecho, es esta parte final la que adapta de manera directa la prosa de Stevenson.
Cabe concluir de este film que quizás suponga un bienintencionado juego de complicidad entre sus responsables y los seguidores. No sería de extrañar, dado lo equívoco de El Hombre Leopardo (The Leopard Man, 1943), de Tourneur, cinta que evoca mitologías animales pero adapta un relato policial de Cornell Woolrich. Es el encanto de la añeja serie B...
Panadero
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