En la última etapa de animación clásica de la productora Disney, hay dos joyas que relumbran por méritos propios. Una es ésta, y la otra por supuesto la aventura de Simba.
En “Aladdin” redescubrimos el famoso cuento oriental, pero adaptado a los nuevos tiempos, con personajes entrañables y carismáticos, aventuras, un toque de romance, buen rollo, valores humanos, diversión y por supuesto canciones.
Curiosamente, a mí jamás me han gustado los musicales en ninguna de sus variantes, pero con ésta siempre he hecho una excepción. La verdad es que la música es buena y no corta el rollo tanto como en otros títulos de animación.
El dibujo, sin tener el barroquismo que encontramos hoy en día en la animación, cumple con creces y refleja muy bien el desierto, el palacio, el pueblo, etcétera. Se trata de animación clásica en dos dimensiones, con algunos toques de renderización por ordenador cuando estas técnicas aún estaban en pañales. No olvidemos que en el cine de imagen real, por aquellos entonces apenas empezábamos a ver el metal líquido de “Terminator 2” y los primeros dinosaurios de “Jurassic park”.
Los personajes son totalmente arquetípicos en el mundo de Disney.
Aladdin es el protagonista, y es un simple ladrón enamorado de una princesa, que por circunstancias se verá envuelto en una aventura para salvar el reino. La princesa Jasmine quiere salir de palacio y por supuesto que no la casen con quien no ame. Y el malvado Jaffar conspira para lograr el poder.
Desde luego no puede decirse que sea un dechado de originalidad en ese sentido, pero lo cierto es que los personajes consiguen conectar con el espectador al momento, a pesar de estar cargados de clichés.
Todo eso está muy bien, pero en esta película el que se come la pantalla es un personaje secundario que brilla con luz propia: el genio. Interpretado en su versión original por Robin Williams (supongo que magistralmente), en la versión traducida al castellano pudimos disfrutar de Josefa Yuste (de “Martes y 13”). El personaje es gracioso, divertido, impredecible y muy charlatán. Dispara chistes a la velocidad del rayo, tanto es así que es necesario ver la película varias veces para digerir y asimilar todas sus ocurrencias.
La aventura es divertida, pero relativamente predecible.
Me gustan las canciones, aunque como dije antes normalmente me chirría que en una película se pongan a cantar así porque sí. En este caso se lo perdono.
En resumen, un peliculón aunque no sea de imagen real, de las que uno no se cansa de ver una y otra vez. No es una obra maestra, pero sin duda se merece por lo menos un 8 de nota.
Y si yo la vi las primeras veces con unos 20 años y me encantó, no imagino el impacto que tuvo que tener en los niños más pequeños. Y que conste que está hecha para que le guste a todos los públicos.
Eso sí, las secuelas que salieron después es mejor ignorarlas.