El cine judicial me resulta, por regla general, un poco arduo. La mayor parte del tiempo se le va en largas peroratas en una sala de justicia, y es habitual que, por muy bien que lo hagan, la mayoría de títulos resulten más o menos aburridos.
Pero hay excepciones, como es el caso.
Y es muy fácil averiguar por qué esta investigación militar es relativamente amena. El motivo tiene nombre propio: Jack Nicholson.
Vale que él no es el protagonista principal, y que Tom Cruise es un actor muy versátil que lleva bastante bien su papel. Pero es que Nicholson es muy grande, haga lo que haga. Con su presencia y su personaje, un oficial bastante desagradable y pagado de sí mismo, Jack se come la pantalla, la película, y a Cruise y a Moore con patatas fritas.
¡Qué expresiones, qué personalidad, qué talento interpretativo! Y eso que en realidad sale bastante menos de lo que me gustaría, pero lo suficiente para que le ponga un 6 en vez de un 5.
La trama es bastante sencilla. Se investiga un desmesurado castigo a un soldado en el famoso (y no por cosas buenas precisamente) centro de Guantánamo. Todo lo que pasa, que no deja de ser una sucesión de diálogos puros y duros (algo inevitablemente habitual en este género), es un prólogo para el duelo interpretativo entre Cruise y Nicholson en el juicio.
Un debate intensísimo (muy bien trabajado también por los actores de doblaje, por cierto), que salva la película y hace que, junto con las mejores adaptaciones de John Grisham, solo por ello merezca la pena verla a pesar de ser un tanto pesada.
Eso no quita que no sea una película muy apropiada para verla muchas veces, pues en el fondo, aparte de mucha charla, lo único que tiene a su favor es a Jack. No es decir poco, pero es que el cine judicial nunca jamás será mi género favorito.