Uno de los directores más pirotécnicos de Hollywood (el otro es Roland Emmerich), está detrás de las cámaras para contarnos esta nueva historia de patriotismo y valentía de los soldados estadounidenses (siempre trato de no decir americanos) en un episodio ocurrido en Libia durante la caída del régimen de Gadafi.
Tiene algunas de las características de su cine, pero, al mismo tiempo, creo que ha hecho un fuerte ejercicio de contención para que no se le vaya de las manos a base de explosiones y tiroteos, un relato que se basa en hechos auténticos.
Al principio es bastante tranquila, pero poco a poco se va viendo a las claras que eso es solamente la calma que precede a la tempestad.
Me resulta llamativo que este grupo de escoltas lo pasara tan mal, teniendo el apoyo de ese todopoderoso ejército. Fue por una serie de casualidades, pero también por la típica prepotencia y sensación de superioridad, unido a las falsas expectativas de que a ellos no iba a pasarles nada.
Cuando empieza la acción, vemos que se resuelve con gran eficiencia por parte de Bay. Está todo muy bien filmado. De hecho, aunque la cámara se mueve más de la cuenta, no es algo tan exagerado como en algunas de sus primeras películas, como “La roca”, por ejemplo, en donde el frenesí del enfoque era tal, que a veces no se veía nada bien. Aquí el montaje está bastante mejor. Se nota que la experiencia es un grado.
Así que las escenas bélicas están bastante bien. Sin llegar a ser tan crudas como en otros títulos recientes del género, sí que se transmite la violencia y el caos propios del combate moderno. A ello ayuda una muy buena fotografía, que está presente en todo el film, no solamente en la acción. También la banda sonora de Lorne Balfe aporta su toque épico, a pesar de no llegar a ser espectacular.
El reparto cumple. Tampoco se le puede exigir mucho a una panda de soldados pegando tiros, y más cuando no hay ninguna cara conocida entre ellos.
Me ha parecido bastante buena. Este director suele ofrecer buen cine comercial, a excepción de la saga “Transformers”, en donde el exceso de humor malo lo echaba todo a perder. Aquí la cosa se pone seria (como debe ser), y es por ello que el resultado es bastante mejor.
El cine bélico me da un poco de remordimiento de conciencia. Me lo paso muy bien viendo estas películas, mientras que los protagonistas están sufriendo y muriendo. Es un placer culpable, como ya comenté también en mi reseña de “Salvar al soldado Ryan”, la obra magna más reciente del género.
Hay un par de pegas que se le pueden achacar a esta “13 horas”.
Primero, que el final es menos impactante e intenso de lo esperado. Esto son las cosas de las historias reales, que no tienen por qué seguir el patrón de una película de ficción en donde siempre se guardan lo mejor para el final.
Y por último, que en los tiempos muertos tiene muy poco que aportar. Cuando cesan los tiros, no hay nada que rascar, y al final se le ha quedado demasiado larga.