Dos elementos muy sencillos conforman uno de los momentos más clásicos del cine de terror. Una simple pelota que va bajando por una escalera. No tendría que dar miedo si no fuera porque el protagonista vive solo, arriba no hay nadie y no se sabe de donde ha salido la pelota.
La historia es la típica de fenómenos extraños, con la particularidad de que no hay familia sino un hombre solo, y que el terror es psicológico y sutil. Hay sustos pero se consiguen más por la sugestión que por ver claramente a los fantasmas.
No faltan los típicos elementos de la sesión de espiritismo para intentar resolver el misterio, la investigación y la traca final.
Lo mejor del film es la presencia de un buen actor como George C. Scott, que lleva él solito todo el peso de la historia. Su interpretación es bastante buena y transmite bien su sentimiento de tristeza y soledad, así como el miedo que tiene que padecer en su casa nueva.
Poco más se puede decir sin destripar el argumento, pero desde luego Peter Medak demuestra perfectamente que se puede hacer una estupenda película de terror sin grandes medios ni efectos especiales, y sin un guion retorcido. También es verdad que en 1980 todavía no se había explotado demasiado el género y no era necesario buscar grandes artificios, pero eso no le quita su mérito.