Con sagas tan longevas, uno siempre se pregunta qué será lo qué tendrá que aportar una secuela más. Pero Rocky Balboa y su pupilo Creed todavía siguen en buena forma, en la que se podría haber llamado perfectamente “Rocky VIII”.
En esta nueva película, los que la han hecho ya no se cortan un pelo y demuestran con más claridad que nunca que esta franquicia, verdaderamente, es un drama cotidiano de personajes, que de vez en cuando se acerca al mundo del boxeo desde dentro como pocos lo han hecho.
Importa más la vida de Adonis, Rocky y su entorno, con sus problemas, inquietudes y experiencias vitales, que los propios combates (que también están muy bien y son potentes).
Y la verdad es que no me parece mal. De hecho, siempre ha sido así, salvo quizás en la cuarta parte, que aquí han querido homenajear haciendo que vuelva el mítico Ivan Drago.
Creo que ha sido muy acertada esta decisión de que regrese Dolph Lundgren, entrenando a su hijo, una mala bestia que ha rumiado el odio de su padre durante tres décadas y está dispuesto a hacérselo pasar muy mal al hijo de Apollo. Ciertamente, y como no podía ser de otra forma, los combates de “Creed II” son bastante brutales e intensos.
Los Drago parecen ser una versión oscura del equipo americano, aunque aquí, obviamente, ya no haya patriotismo barato de la guerra fría como sí lo hubo en la cuarta.
De todas formas, el reencuentro de Rocky e Ivan me ha sabido a poco. Tendría que haber sido más intenso ese diálogo, pues no se demuestra bien el sentimiento de odio del ruso ni el rencor del americano por lo que pasó.
Como ya he dicho antes, aunque el boxeo esté ahí, tiene mucho más peso la vida de Creed, con un Rocky más en segundo plano que nunca, pero que también nos hace sufrir con su algo penosa vida de vieja gloria del pasado. Creo que Stallone está teniendo una vejez cinematográfica muy digna teniendo en cuenta su estilo de cine y su ya respetable edad. Lo está haciendo mucho mejor que su colega Arnold, al que le ha dado el punto de probar suerte con películas independientes que no le interesan a casi nadie.
Y Michael B. Jordan destaca en su papel, tanto en su faceta cotidiana (un tipo normal en el fondo), como en el musculoso luchador en defensa del honor de un padre al que no conoció. Con películas como esta, se va quitando la lacra de haber hecho el engendro de “Cuatro fantásticos”.
El film es bastante largo, y no tiene un ritmo equilibrado. Hay algún momento en que me he llegado a cansar un poco de la vida familiar, pero en conjunto logra entretener y da lo que se espera de ella.