He vuelto a ver esta maravillosa película por tercera o cuarta vez. Y les voy a dar una lección a unos cuantos, porque es indignante que se permitan publicar críticas de gente que ni siquiera presta atención a la película: que no es la madre la señora que vive con el asesino, sino su mujer, ¡coño!
Dicho esto, la película tiene un arranque portentoso: todas las escenas con el buhonero, que es el mejor actor en esta película con diferencia, son fantásticas. Así mismo, el primer contacto de la policía con el caso, la escena de la escuela con el comisario que interpreta Rühmann, etc.
Luego la película decae un poquito, más que nada por los automatismos de las deducciones que hace el comisario, que a veces son algo burdos, pero que funcionan. De todas formas, en 87 minutos nos cuentan lo mismo que hoy día emplearían unos 180 minutos. Quizá le faltan a la película unos 10-15 minutos para explicarnos de forma no más lógica, pero sí no tan rápida muchas de las deducciones que se hacen y sus consecuencias.
Ahora bien, el principal fallo de la película es que no se plantea a fondo algunos dilemas morales: en realidad, así como el asesino tiene una necesidad perentoria de matar niñas y, por lo tanto, no se detiene ante nada, el comisario tiene la misma necesidad de atraparlo y tampoco se detiene ante nada: llega a poner en juego su carrera policial en el extranjero, se retira de la policía, pone en juego la vida de una niña sin contar con los medios necesarios para protegerla, y todo por su deseo de triunfar a toda costa. Se nota que es un hombre solitario (no está casado y él tampoco tiene hijos, aunque pudiera ser viudo y tener hijos, pues nadie en la película insinúa lo contrario, pero no es esa la sensación que nos transmite el personaje), triunfador en su trabajo, sin duda, pero obsesionado al fin y al cabo por un asesino. Y, a dicho nivel, sin duda, esta película es un excelente precedente tanto del remake de Sean Penn, como de la actitud del personaje de Jake Gyllenhaal en Zodiac.