Cuando el agente de Klaus Maria Brandauer le llamó para ofrecerle el papel de César en Druida, el bueno de Klaus debió pensar "Vaya, otra peli de romanos.., pero bueno, muy mala no podrá ser si sale Max Von Sydow y este mes ando mal de cuartos". Craso error. Lo que él no sospechaba era que los dementes productores había contratado a Christopher Lambert e Inés Sastre como protagonistas de la película y que su carrera iba a tocar mínimos históricos.

Todavía hoy me avergüenzo al recordar aquella tarde en la que me decidí a entrar a la primera sesión de Druida. Durante los primeros minutos la sala se mantuvo en silencio, pero pronto comenzó un curioso ritual que se prolongaría hasta que solo los más resistentes permanecimos en aquel lugar de pesadilla: Cada vez que Inés Sastre hablaba, al menos una persona abandonaba la sala murmurando y siempre que lo hacía el señor Lambert (como olvidar Los Inmortales 2) la sala soltaba una sonora carcajada. Pronto el argumento dejó de importar, ni siquiera los desesperados intentos de Brandauer, que miraba alucinado a sus compañeros de reparto podían reconducir aquel terrible espectáculo que pedía a gritos el encarcelamiento por crímenes contra la humanidad del director, el guionista y todo aquel que hubiera estado a menos de 100 metros de ellos. Ni en la mayor de las desesperaciones recomendaría ver algo así, salvo para quizás demostrar como hay quien no debe jamás ponerse delante de una cámara.