En 1953 la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451 fue publicada en EEUU con el objeto de criticar la censura en los libros llevada a cabo por Joseph McCarthy. En ese momento la novela era clasificada como antiutópica o distópica, con un grado de perversidad donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal, haciendo referencia a una sociedad ficticia en un futuro no muy lejano, a cargo de un Estado totalitario con absoluto adoctrinamiento y control de las masas bajo una fachada de benevolencia.

El entorno de la novela es este, aunque también podría haber sido el año 1933 en plena Alemania Nazi con quema de libros incluida.

En 1966 Truffaut realizó este film por el que la verdad el tiempo ha pasado y muy deprisa. La estética del film es chirriante en la actualidad, pero es lo que tiene ser de la Nouvelle Vaugue, creatividad 100, efectos especiales 0.

Lo contrario ocurre con la temática de la película. El tema de la manipulación de masas es algo cotidiano hoy en día, véase dentro de la cultura televisiva de aborregamiento conjunto del personal, los planes de estudio ideales para crear fábricas de analfabetos e ignorantes y la incultura generalizada en todos los niveles de la sociedad producto del totalitarismo analfabetizador del Estado.

Por eso cuando he revisado recientemente Fahrenheit 451 me he dado cuenta que es una película con un tema de candente actualidad, por el que no pasan ni los años ni el tiempo.

Pero claro, no interesa que el personal le de mucho al coco, no sea que empecemos a pensar y desmontemos el chiringo que tienen montado unos pocos. El pueblo bien atocinado, y cuanto más borricos sean, mejor.

Creo que se debería incluir Fahrenheit 451 como de obligatorio visionado en los planes de estudio, a ver si de una vez nos damos cuenta de que el desarrollo cultural impide la manipulación, pero también favorece la riqueza en todos los sentidos de una sociedad.

Una película más que interesante.