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España España · Zaragoza
Voto de Nanofilis:
8
Bélico. Drama Película de encargo para celebrar el 40 aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Relata, a través de los ojos de un niño progresivamente endurecido por el sufrimiento, la matanza sistemática de los habitantes de las aldeas bielorrusas, más de 600, durante la guerra. (FILMAFFINITY)
19 de noviembre de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crudeza en grado sumo. Y desasosiego. Y pena. Y tristeza, mucha tristeza. Porque las cosas podrían haber sido diferentes, podría haber sido un buen siglo, unos buenos años, porque ese chaval no tenía por qué haberse encontrado semejante panorama. Qué rabia. Cuánto dolor, desesperación e impotencia. Todo es desolador.

La guerra en Bielorrusia. El horror en la pobreza. David contra Goliath. La resistencia frente al horror. Porque esta película podría haber sido muda y nada hubiera cambiado, quizás incluso hubiera sido un acierto. Porque lo que se nos relata, el horror, no hace falta contarlo, se muestra, aparece; simplemente está ahí, en todas partes. Por eso siempre sale el avión en el cielo, porque el horror es ubicuo, porque no podemos escapar, porque no nos podemos permitir abandonarnos a la mínima grieta de esperanza. Y vaya esperanzas tiene aquí el muchacho: una chica enloquecida por la guerra, un baño de de agua del rocío de los árboles, robar y comer una vaca recién robada. La mayor alegría aparece cuando al empezar la película encuentra un fusil de un soldado caído. Menuda ilusión, imagínese el resto.

Elem Klimov hace un uso inteligentísimo de la cámara. Parece que estamos ahí, nos hace formar parte de la guerra infinita y enfervorecida. Se introduce por los bosques, por las casas y por los destacamentos de una forma asombrosa en la que predominan varios aspectos:

-La utilización de varios planos-secuencia, los cuales por su duración y ausencia de cortes, dotan de un realismo y una naturalidad increíble a la cinta. Parece un documental en vivo, parece que la guerra está ahí y la cámara se limite únicamente a registrar lo que acaece.

-Ciertos planos subjetivos, gracias a los cuales podemos identificarnos con los personajes de la película, especialmente con el protagonista. Parece que nos están hablando a nosotros, que nos están colgando el fusil al hombro para pelear en el frente, que nos dan la última palmadita en el hombro para animarnos en la lucha.

-El uso de los primeros planos. En pocas películas se han utilizado tan bien. película, se ha sentido el DOLOR como en esta. Si Dreyer los había usado para evocar el sentimiento religioso y Leone para acumular tensión, aquí las miradas son pura rabia, pura frustración, pura entraña. Parecen conminar al espectador. Ven y mira parecen decir, esto es Masacre.

-Grandísima plasticidad visual. El viente sopla, el fango hiede, los árboles se mecen, las balas vuelan, el fuego arrasa. Y las lágrimas duelen. Todo se halla al servicio de una belleza asquerosa, descarnada y sucia, y sin embargo, belleza.

Destaca la carnalidad de la película. No es tiempo para la retórica; los grandes alegatos y la defensa de las grandes ideas no tienen aquí cabida. Se trata de sobrevivir, de resistir frente al mal, de hacer todo lo posible para que nuestros hijos no tengan que pasar por esto, para que no se pierda otra generación por el camino. Frente a la poesía, un fusil al hombro y a seguir hasta el final, hasta exterminar a los verdugos asesinos portadores del virus del mal en la tierra.

La escena final es impresionante. Te ponen un nudo en la garganta y hacen soñar con un pasado diferente. Se logra el milagro, se traspasa la pantalla y nos remueve la conciencia, las entrañas y el estómago, que tiene que ser de acero para que no salgamos transformados tras este final. Esto es la película: una patada en la boca, un grito desaforado en la noche del alma y un vómito de asco y pena.
Nanofilis
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