Es difícil hacer frente a semejante catarata de clichés, de reacciones zafias y de situaciones verdaderamente inverosímiles, quizás no por separado, pero una detrás de otra resultan cargantes. Caray, es que no se salva nadie. Todos son monstruosos*(1).

¿Qué es esto? ¿La Francia prerrevolucionaria? ¿El imperio colonial? No, es Francia en 2016. Ojo, Francia. Y todos, absolutamente todos, salvo un profesor, parecen teletransportados del S. XIX, como poco. No diré que no suceden cosas así o que el acoso escolar está a la orden del día, no obstante, este telefilme es demasiado tosco para digerirlo con naturalidad.

En los aspectos técnicos, tampoco posee un montaje esmerado ni una fotografía cuidada, ni siquiera se preocupa en que la relación entre los dos chicos sea especial. Lo único a destacar son las actuaciones de Jules Houplain, cuyo rostro es muy cinematográfico, Patrick Timsit, Barbara Schulz y, en menor medida, Bérenger Anceaux.

Entiendo la buena intención, pero se pasaron tres pueblos.