Si apartas tus prejuicios y estás dispuesto a entrar en una atmósfera surrealista y decadente donde no importa nada más que Michelle Pfeiffer, podrás disfrutar de una película con mucho encanto y también con muchos defectos.

Las ideas son buenas y el estilo es impecable, pero el problema es que no termina de dar un golpe en la mesa. Le falta orientación y riesgo, y aún así, su visualización se convierte en algo agradable, curioso y espiritual, algo parecido a lo que ocurre con "Nomadland", hijas del mismo año pandémico. En ambas es más lo que transmiten que lo que son. Se trata de emociones, de sensaciones y de conectar con la protagonista y su singular mundo, a pesar de algunos secundarios innecesarios y de ciertas escenas pasadas de vueltas.

Por cierto, ya era hora de que le diesen a Michelle Pfeiffer productos hechos por y para ella, porque la misma que rechazó todas las grandes películas de su época (Armas de mujer, Thelma y Louise, El silencio de los corderos, Instinto básico, Casino...), lleva años aceptando papeles menores en películas de Marvel, Disney y compañía en las que no se la valora. Aquí, al menos, cada fotograma denota devoción por ella.

Y es ella el motor de la película, elevándola a la categoría de imprescindible para sus admiradores, pero lo cierto es que "French Exit" goza de autonomía propia, dejando en evidencia que Azazel Jacobs posee una personalidad arrolladora y una visión muy particular del cine y del mundo. Algunos lo comparan con Wes Anderson y tienen cierta razón, y creo que si sigue por este camino no tardará mucho en dar con la tecla del éxito.

Rara como ella sola, "French Exit" es una estrella distinta en el firmamento. No es la más grande ni la más luminosa, pero sí es distinta a todas las demás.