... algún parentesco debiera existir entre dignidad y muerte, al menos eso expresa tajante el comandante inglés que se queja del olor pestilente del cadáver del bávaro atrapado en las alambradas. Solicita que se pronuncien unas palabras en memoria del enemigo. Todo pese a apestar como “un hindú o un galés”.

La obra de Trumbo, habrá conmocionado en su momento, allá por los 70, pero también lo consigue a día de hoy. Su película transmite una buena dosis de desasosiego a poco que uno se haga cargo de los esfuerzos de Johnny (aquí Joe), por entender la mutilación, los lamentos y oraciones desesperadas que nadie atiende. El gran acierto de la narración es conseguir que nosotros escuchemos la desazón del soldado amputado, no en cambio quienes están a su vera en ese cubículo de hospital cerrado a cal y canto, excepción hecha de la enfermera.

Pero, (porque hay un gran "pero") y pese a la explícita denuncia antibelicista, coincido con muchos usuarios en lo elemental: la terrible historia de Joe, perdido en el tiempo, en la oscuridad y en el silencio, divaga demasiado, no por el valle tenebroso de la muerte (orgánicamente está en perfecto estado y lo que es peor, en sus cabales), sino por un sinfín de oníricos pasajes que uno sólo recorrería hasta las cejas de psicotrópicos.
Sello de la época, no obstante las alucinaciones, sueños, recuerdos y alegorías sobre la vida de Johnny resultan de un tedio difícil de digerir.

El contenido del plano final, absolutamente desalmado, resarce con creces los vaivenes de la narración y la discutible técnica.

En resumen. Años 70: LSD, Vietnam, contracultura, antibelicismo. Resultado: “Jonnhy cogió su fusil”, ambientada en la Primera Guerra Mundial, aunque, para el caso, nos valdrá cualquier otra contienda bélica para destacar primero su brutalidad y de paso desmentir ese execrable tópico latino que reza: “dulce et decorum est pro Patria mori”.

Controvertido personaje Horacio, aquel que declamó por el CARPE DIEM…