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España España · santiago de compostela
Voto de berenice:
7
Comedia. Drama Después de hacerse famoso interpretando en el cine a un célebre superhéroe, la estrella Riggan Thomson (Michael Keaton) trata de darle un nuevo rumbo a su vida, luchando contra su ego, recuperando a su familia y preparándose para el estreno de una obra teatral en Broadway que le reafirme en su prestigio profesional como actor. (FILMAFFINITY)
16 de enero de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia del perdedor no me interesa, y menos su dualidad plumífera. Eso está muy visto, es cansino. Ni siquiera Michael Keaton, a pesar de todos los elogios, hace una gran interpretación. Eso sí, le darán el Óscar sin duda: está lo suficientemente grandilocuente, se le ven las arrugas muy de cerca y escupe mucho al hablar, viéndose sus babas a contraluz.Todo muy orgánico. Eso les mola mucho a los de la Academia, aunque el que verdaderamente está genial es Edward Norton. Me sobran, por lo demás, algunas escenas y personajes, como el de la ex de Keaton.

Donde de verdad la película es grandiosa es en su retrato del teatro. Más exactamente, de las gentes del teatro. Quien las conoce y está en contacto habitual con ellas ya sabe que son exasperantes, enfermizas, ególatras, grandiosas, sorprendentes,tacañas, estrafalarias, divertidas, insufribles. Gentes que buscan, calculadamente, lo anticonvencional para acabar siendo anticonvencionales como religión, gentes que están por encima de los demás humanos en proporción directa a su éxito. Y no solo nos habla la película de las gentes que se sitúan en el escenario, de los actores, sino del público, apenas entrevisto, pero gafapasta, vacío, previsible aplaudidor en el momento adecuado y compulsivo amante de los mensajes virales, absurdos, de las redes sociales, (como en la maravillosa secuencia, tan real, de los calzoncillos). En medio, la crítica, con otra secuencia apabullante, con Michael Keaton atiborrado a copas. Dentro de las películas que intentan reflejar esta superioridad de las gentes del teatro, me vienen a la memoria French Can Can, de Renoir, donde Jean Gabin ejercía de Michael Keaton en parecidos pasillos vacíos de camerinos mientras se oyen aplausos de fondo. Y, sobre todo, "Las zapatillas rojas", de Powell y Pressburger, con Anton Walbrock como anverso sofisticado, pero igualmente pervertido, de este Michael Keaton sucio y medio loco. ¿Qué quieren que les diga? Siempre me han gustado los homenajes envenenados.

Mención especial merece el aspecto formal, en forma de casi continuo y eterno plano secuencia, tan destacado por los usuarios. A mí lo formal en el cine no me suele importar demasiado, suele ser aditamento, pegote, decorado... Pero en "Birdman" está tan justificado que encaja como un guante: la cámara sigue siempre a los protagonistas, de cerca o de cerquísima, por estrechos pasillos, camerinos pequeños, escaleras opresivas con bombillas rojas... Incluso las pocas veces que se asoma a la calle es una calle sórdida, estrecha y casi siempre nocturna. Los personajes son comadrejas atrapadas en una madriguera. Lejos, muy lejos, el sol, la luz...

Otra cosa intolerable, ya como anécdota: pase que cada vez que el protagonista tiene un deja-vu expansivo-lírico-emplumado suene una sinfonía de Rachmaninov, músico romanticoide que suele ser usado en el cine para, justo, la exaltación ñoña, (van unas cuantas películas en que esto ocurre). Pero, ¡qué manía de poner Ravel con el mismo propósito!, (en este caso, el Trío para piano, violín y violoncello y la Pavana para una infanta difunta). Ya van unos cuantos directores gafapastas, (me acuerdo ahora de Guediguian), que se han empeñado en poner a arder sus películas con un músico que, con su nítido neoclasicismo, huyó siempre de las hogueras.
berenice
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