"Mañana dentro de cuatro días se acaba el mundo" -me dice. No sé si es un tipejo disfrazado de conejo o la extensión de mi persona venida de un agujero en el espacio-tiempo. La cuestión es que ahí está, de pie e imperturbable, no sé si sonriendo. Lo dudo mucho. ¿Habré de preocuparme? Una sonrisa me vendría bien, es cierto, aunque su utilidad diste mucho de venir avalada por nadie. "No hay vuelta atrás" -añade. Es lo correcto. Asiento.

Al margen de entender o no cuanto encierran los márgenes de una obra en principio fantástica, la verdad es que "Donnie Darko" resulta cuanto menos sugestiva y absorbente, subversiva, incluso. Apela a algo intangible, no sé el qué, acaso aire. Y aunque también sea verdad que posible es, porque lo es, el moldear sus interiores en busca de LA forma, no lo es menos el que nada de esto es necesario para disfrutar, y mucho, con el viaje, tanto da si prefieres quedarte dentro o fuera de tu cuerpo, volar es gratis mientras uno se lo crea. De igual modo que atravesar líneas temporales y desafiar las leyes de la física parecen tarea algo más fácil, con una buena excusa: llegar a conocerse y dominar a los fantasmas. Quizá salvarse.

¿O acaso la película no iba de eso? ¿Del fino hilo que separa amor y miedo? ¿Y qué si la vida es más compleja? ¿Habremos de complicárnosla también en la ficción, Donnie? Porque todo esto que vemos carece de valor tras la pantalla, ¿no?

¿O acaso no estaré partiendo yo, en cuatro días, a un país completamente extraño sin tener idea de ese destino prefijado del que todos hablan? Y si me diera por cambiarlo... ¿podría? Dime, maldito conejo, o lo que seas, ¿aún habría esperanza?

En efecto, caballeros, "Donnie Darko" va de superhéroes. Pero no de esos con mallas, capa y demás atuendos siempre ridículos, sino de hombres a medio hacer, de carne y hueso, entre la duda, la enfermedad mental por pronosticar, el eterno miedo.

Éste puede ser el primer día del resto de tu vida. Quizá sea el mío.
A tragar saliva y echarle huevos.