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Voto de José (FullPush):
9
8,1
43.569
Drama
A finales del siglo XIX, el doctor Frederick Treves descubre en un circo a un hombre llamado John Merrick. Se trata de un ciudadano británico con la cabeza monstruosamente deformada, que vive en una situación de constante humillación y sufrimiento al ser exhibido diariamente como una atracción de feria. (FILMAFFINITY)
5 de enero de 2012
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
(Al final hay spoiler)
Dije yo la primera vez que la vi que volvería a darle una oportunidad a esta cinta, la cual me dejó unas sensaciones demasiado insulsas como para aplaudirle sus aciertos, que los tiene a tutiplén, y convertirme en uno más de sus defensores a ultranza. No pude, ya digo, no sentí absolutamente nada aquel día, no me llegó el drama de este buen hombre ni sentí su agonía, no me vi reflejado en sus temores y sus lágrimas no eran las mías. Hoy es distinto, hoy suena "Adagio for strings" de fondo y creo haberme enamorado... De Lynch, tras regalarme otra jodida maravilla (y pensar que llegué a odiarte, con lo rematadamente bueno que eres); de Hopkins, tras esa interpretación deliciosa que se marca, en que mirarlo a la cara es de por sí un poema, el de un hombre que cree en lo que hace aunque no sepa qué es exactamente lo que hace, ni por qué lo hace; de Lynch otra vez, por esa atmósfera pesadillesca a veces, insuperable, repleta de sonidos tensos y humaredas ya sea en sueños o saliendo de las fábricas, que consigue devorarte por completo y hacer de esta historia la tuya propia, aunque, bien es cierto, nunca llegues a ser tan horriblemente horrible, válgame la redundancia; de Lynch otra vez, por su delicadeza y su corazón inmenso al exponer cada minuto y barajar los sentimientos, que brotan a borbotones sin llegar a derramarse, salvo por las lágrimas. Me he enamorado, en fin, de tantas cosas que prefiero dejar las enumeraciones y tratar de estructurar un poco esto, este nudo que tengo en la garganta y que, ¡ay!, me está matando.
Si algo choca por encima de todo en esta obra atemporal es la ambigüedad moral que empapa a cada personaje y a nosotros, espectadores, obligados a presenciar el horror con una cara amable para no sentirnos inhumanos. Es esa ambigüedad la que nos hace dudar de las intenciones de cualquier trozo de carne que aparezca por pantalla, la que nos hace llamar a las amables atenciones compasión autoimpuesta por el crucifijo, la que nos hiere y escarba en lo más hondo al plantearnos la pregunta, ineludible: ¿y tú qué harías? Y es que hasta en el labio fruncido de la madre (esa foto, única posesión de nuestro inocente protagonista) podemos atisbar el miedo, la duda, la negación del amor y una vida como la de los demás, siempre envidiada desde un alma sin mancha ni maldad, la de John Merrick, al fin y al cabo un ser humano (la proclama final es, por sencilla, emocionante).
Dije yo la primera vez que la vi que volvería a darle una oportunidad a esta cinta, la cual me dejó unas sensaciones demasiado insulsas como para aplaudirle sus aciertos, que los tiene a tutiplén, y convertirme en uno más de sus defensores a ultranza. No pude, ya digo, no sentí absolutamente nada aquel día, no me llegó el drama de este buen hombre ni sentí su agonía, no me vi reflejado en sus temores y sus lágrimas no eran las mías. Hoy es distinto, hoy suena "Adagio for strings" de fondo y creo haberme enamorado... De Lynch, tras regalarme otra jodida maravilla (y pensar que llegué a odiarte, con lo rematadamente bueno que eres); de Hopkins, tras esa interpretación deliciosa que se marca, en que mirarlo a la cara es de por sí un poema, el de un hombre que cree en lo que hace aunque no sepa qué es exactamente lo que hace, ni por qué lo hace; de Lynch otra vez, por esa atmósfera pesadillesca a veces, insuperable, repleta de sonidos tensos y humaredas ya sea en sueños o saliendo de las fábricas, que consigue devorarte por completo y hacer de esta historia la tuya propia, aunque, bien es cierto, nunca llegues a ser tan horriblemente horrible, válgame la redundancia; de Lynch otra vez, por su delicadeza y su corazón inmenso al exponer cada minuto y barajar los sentimientos, que brotan a borbotones sin llegar a derramarse, salvo por las lágrimas. Me he enamorado, en fin, de tantas cosas que prefiero dejar las enumeraciones y tratar de estructurar un poco esto, este nudo que tengo en la garganta y que, ¡ay!, me está matando.
Si algo choca por encima de todo en esta obra atemporal es la ambigüedad moral que empapa a cada personaje y a nosotros, espectadores, obligados a presenciar el horror con una cara amable para no sentirnos inhumanos. Es esa ambigüedad la que nos hace dudar de las intenciones de cualquier trozo de carne que aparezca por pantalla, la que nos hace llamar a las amables atenciones compasión autoimpuesta por el crucifijo, la que nos hiere y escarba en lo más hondo al plantearnos la pregunta, ineludible: ¿y tú qué harías? Y es que hasta en el labio fruncido de la madre (esa foto, única posesión de nuestro inocente protagonista) podemos atisbar el miedo, la duda, la negación del amor y una vida como la de los demás, siempre envidiada desde un alma sin mancha ni maldad, la de John Merrick, al fin y al cabo un ser humano (la proclama final es, por sencilla, emocionante).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Y algunos dirán, como yo insinué por encima la primera vez que vi esta película, que el drama está un poquito exagerado para tocar a cuantos más mejor y no soltarlos. Alguno dirá que emocionar desde lo grotesco es demasiado fácil y que la sutileza escasea en su superficie... Quizá tengan razón. Ahora bien, lo sublime, y eso en la época victoriana lo sabían bien, a veces puede más que lo bello, de ahí esa preferencia que se dio allá en el siglo XIX por aquellas cosas que podían subyugarnos y destruirnos. No se busca aquí la belleza estética (aunque el virtuosismo de Lynch sea evidente) sino la plasmación pesadillesca, dijimos, de cicatrices y heridas abiertas por la vida y su transcurso, amargo como pocos cuando le da por presentarse bajo la forma de, una vez más, lo sublime (lo que ha cambiado el término). Vean si no esa pelea profética entre dos mujeres a las puertas de un hospital londinense, vean esos rostros desencajados por la ira y coloreados por la sangre, de un implacable blanco y negro; vean cuánto horror en el ambiente y qué fascinación la que transmite, curiosamente. Lo sublime.
Y así, entre pasajes de onirismo acojonantes y demostraciones esperpénticas, casi teatrales, de condición humana llegamos al final, que es la puta apoteosis de lo sublime, esta vez en un sentido más moderno. Qué perfección, joder. El hombre elefante, a quien la naturaleza tuvo a bien proveer de genitales (toma sarcasmo, Johnny), tras dejar firmado algo suyo, tras asistir a un espectáculo como nunca antes había visto y ser ovacionado, quién sabe ni por qué motivos (quizá para colmar las ansias altruistas de alguno), decide que ya es hora de dormir, pero no de cualquier manera pintoresca, no, él quiere dormir como los demás. Y lo hace.
Y el espectador ve, compungido en su asiento, al borde de la inundación mientras suena la música de Barder, cómo el último aliento del hombre elefante escapa por la ventana, dirección a las estrellas... "Sólo quiero tener algo bello", decían en 'Beautiful Girls'. Quizá John Merrick buscara únicamente el conservarlo, en su memoria, imborrable. Lejos de las garras fieras de este mundo y sus achaques. Que seas muy feliz, compañero, donde quiera que estés. Aquí te seguiremos recordando ("nada muere, la corriente fluye, el viento sopla, la nube flota, el corazón late; nada muere").
Pero tú estás muerto.
Y así, entre pasajes de onirismo acojonantes y demostraciones esperpénticas, casi teatrales, de condición humana llegamos al final, que es la puta apoteosis de lo sublime, esta vez en un sentido más moderno. Qué perfección, joder. El hombre elefante, a quien la naturaleza tuvo a bien proveer de genitales (toma sarcasmo, Johnny), tras dejar firmado algo suyo, tras asistir a un espectáculo como nunca antes había visto y ser ovacionado, quién sabe ni por qué motivos (quizá para colmar las ansias altruistas de alguno), decide que ya es hora de dormir, pero no de cualquier manera pintoresca, no, él quiere dormir como los demás. Y lo hace.
Y el espectador ve, compungido en su asiento, al borde de la inundación mientras suena la música de Barder, cómo el último aliento del hombre elefante escapa por la ventana, dirección a las estrellas... "Sólo quiero tener algo bello", decían en 'Beautiful Girls'. Quizá John Merrick buscara únicamente el conservarlo, en su memoria, imborrable. Lejos de las garras fieras de este mundo y sus achaques. Que seas muy feliz, compañero, donde quiera que estés. Aquí te seguiremos recordando ("nada muere, la corriente fluye, el viento sopla, la nube flota, el corazón late; nada muere").
Pero tú estás muerto.