Son innegables los estragos que causa el tiempo no sólo en las personas sino en los objetos. Pues bien, el cine no es ninguna excepción; es más, diría que es uno de los campos que peor llevan el paso de los años. Ciertamente, existen pequeñas y grandes obras que, ajenas a cualquier tipo de encasillamiento y haciendo gala de un estoicismo imperecedero, se convierten en un referente de su época, siendo disfrutables para cualquier espectador de cualquier generación. Por desgracia, La noche de Halloween no es una de ellas.

Siendo justos habríamos de tenerle en cuenta una excelente fotografía, un muy buen manejo de cámara, un uso acertado de la música, sospechosamente parecida a la de El exorcista, y un arranque interesante. No obstante, todo esto pierde cualquier relevancia al encontrarse al servicio de una historia ya manida, torpe y carente de interés; por estar, en suma, al servicio de Nada. Las imágenes han perdido TODA su fuerza, el ambiente su carga tensa y terrorífica, el malo de la función su carisma y, para qué engañarse, los protas tampoco se salvan de la quema y encontramos bastantes lagunas narrativas (la fuga del asesino, por ejemplo).

Es entendible, pues, que el cinéfilo más curtido se deje llevar, ya sea por la curiosidad o por la nostalgia, pero los que, como yo, empezamos ahora, apenas vemos en esta obra un exponente caduco de hasta qué punto eran nuestros padres más impresionables que nosotros.

Resumiendo, sin tener a su remake en un altar, me quedo con el trabajo de Rob, sin duda.