Que los Coen son unos benditos y su existencia una bendición al celuloide no se le escapa a nadie a estas alturas. Podrán gustarte más o menos pero siempre tienen algo que decir, y un garbo y una desenvoltura a la hora de rodar acojonantes. Se les nota que disfrutan con lo que hacen y es regla de oro para ellos -concibo- que el espectador también disfrute. No se indigestan lo más mínimo, manejan el tempo como nadie, reparten estopa sin contemplaciones mientras te dibujan la sonrisa; tienen su sello propio, en resumen. Poseen además la particularidad de sacar lo mejor de sus actores y de hacer de ellos personajes de lo más entrañables, casi inolvidables. Construyen seres de este mundo, que se tocan, que podrían llamar a la puerta de tu casa y pedirte un par de huevos para el pastel de cumpleaños de su hijita y yo me querría apuntar con ellos a la fiesta. ¡Y qué fiesta! Seguro que aún habría alguna que otra sorpresa esperando agazapada, algún as en la manga con el que no contara y me ganarían la partida cada vez, y cuando no yo fingiría que he perdido... qué más da, después de todo no hay perdedores mejores que los que pueblan sus películas.

Fargo no es una excepción: está plagada de pobres diablos. Pero cómo te ríes con ellos, la hostia. Qué de momentos arroja el visionado de esta pequeña maravilla, empezando por su genial premisa (los duelos con el padre rico, el chino salido del pasado, la panza de una policía embarazada para arriba y para abajo, un compañero de fatigas que sólo sabe decir "¿sí?", cierta escena de ducha con nada que envidiar a la del Gordo, más de algún que otro disparo a bocajarro, "fucks" everywhere, un concurso de sellos, interrogatorios surrealistas a las puertas de la casa, mientras se aparta del garaje tanta nieve...). ¿Y qué tendrá la nieve, qué tendrá? -me preguntaba yo unas cuantas críticas atrás. ¿Qué tendrá la década de los 90? ¿Qué tendrán los pueblos alejados de la urbe? Aflicción, Un plan sencillo, Beautiful Girls, En la habitación, y esta misma Fargo (aún me dejaré alguna, seguro): menuda mano maestra. Claro que pudiera ser tan sólo cosa mía, que disfruto cual gorrino cuando conecto de manera tan directa con autor y sus propósitos.

Esta película en concreto monta un follonaco en torno a un maletín que al final es lo de menos (¿homenaje a Pulp Fiction? se parecen bastante), elaborando toda una tragedia griega en clave de choteo que no ha perdido un ápice de fuerza y de carácter, que no ha perdido magia ni frescura con los años, que le han sentado como un guante para el frío. Y qué frío hace en esta cinta, macho, contrasta de manera cristalina como un témpano con la calidez que desprenden los protagonistas, que comen y comen y vuelven a comer, los peces en el río congelado... pocos quedarán en pie. No, no es país para los "losers", aquí la suerte corre azarosa entre ventiscas y se escurre con un sentido escupitajo entre las cejas.

Grandiosa.