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España España · Palma de Mallorca
Voto de Innisfree:
7
Thriller. Terror Una joven pareja viaja a uno de los destinos más exclusivos del mundo para cenar en un restaurante que ofrece una experiencia culinaria única. Sin embargo, el chef (Fiennes) ha preparado un ingrediente secreto que tendrá un resultado sorprendente en los dos enamorados.
13 de diciembre de 2022
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
McKay quería, inconscientemente, compensar a los espectadores por lo pornográficamente evidente que fue Don't Look Up y ha decidido producir The Menu, una sátira que en un principio parece que solo va a poner sobre la mesa una cuestión de dinámicas sociales, pero que termina convirtiéndose en una reflexión sobre cómo el elitismo en las artes puede hacer las veces de atentado contra aquello que tanto ensalza.

La película cuenta con personajes que cubren un "amplio" abanico de características. Desde el fanatismo del personaje de Hoult hasta el verdadero absurdo del de Leguizamo, pasando por la pedantería vacía y altanera de los personajes de McTeer y Adelstein, el restaurante regido por el chef Slowik, interpretado por Fiennes, está repleto de comensales que buscan representar una gran parte de los recovecos morales del sistema capitalista reinante en el que la ética brilla por su propia ausencia.

Son, quizá, el principal atractivo de la sátira de Mylod en tanto que acarrean la pulpa de todos aquellos problemas que quiere tratar. La perversión del arte en un sentido serio no es moco de pavo y debe tratarse de la mejor forma posible, esto es, desde la perspectiva wittgensteiniana de que la única manera de discutir cuestiones serias es a través de chistes. El humor comparte protagonismo con los personajes mencionados, en tanto que sus naturalezas responden a principios absurdamente ridículos.

A pesar de su más que evidente calidad, el plantel de personajes, en ocasiones, responde a cuestiones algo turbulentas. Las relación del de Hoult y el de Leguizamo, por ejemplo, con Slowik es más que evidente, pero los personajes de McTeer y Adelstein no necesariamente parecen responder al precepto inicial que se plantean. Son dos críticos gastronómicos culpables de haber provocado la quiebra de varios restaurantes norteamericanos. Aquí es cuando uno frunce el ceño y comienza a preguntarse si aquello que está viendo no es más que una alegoría para el estado del cine según lo ven sus creadores. Mylod, McKay y Ferrell, personajes que saben un tanto de malas críticas, parecen exorcizar sus ansiedades con respecto al mundo de la crítica en estos dos pedantes malcriados y uno, con todas las razones del mundo, puede llegar a pensar que The Menu, a su manera, es una fantasía macabra y presuntuosa sobre qué querrían hacer sus creadores a todos aquellos que se dedican a ponerlos a caldo en redes sociales, periódicos y páginas especializadas en cine.

Se les ve el plumero: hay algo de pataleta en The Menu. Las cuestiones socioeconómicas —que no terminan de resolverse como deberían— y la reflexión sobre el estado del arte quedan algo soterradas por este ejercicio a lo Elia Kazan con On the Waterfront, solo que, en lugar de justificar el haber vendido a sus compañeros comunistas al macartismo de los Estados Unidos de los 50, enfoca sus pretensiones y esfuerzos en insultar —con mucha labia, debe decirse— a todos aquellos que provocan que el arte del cine se vea elevado a una inalcanzable metafísica cuando todos deberíamos ser capaces de disfrutar de ello sin ideas rocambolescas. Vaya, que en lugar de tener a Kazan, tenemos a una versión sofisticada y mucho menos autoindulgente de los lloriqueos de Shyamalan con su Lady in the Water. A McKay le dolió que la gente detestara su Don't Look Up. La próxima vez, quizá, en lugar de señalar con el dedo y balbucear cuatro insultos bien dichos, también podría, en primer lugar, hacer una buena película. Solo digo eso...

Lo que hace que The Menu sea disfrutable a una escala considerable es que puede existir sin que el espectador lleve a cabo el proceso consciente de darse cuenta de que aquello que nos están contando tiene algo (mucho) de autocomplaciente. Sus situaciones son lo suficientemente entretenidas, sus personajes lo suficientemente atractivos y su argumento lo suficientemente dinámico como para convertirse en un producto que celebra el escapismo y el entretenimiento de forma francamente elegante. Tiene mérito.
Innisfree
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