Veo, de nuevo, “el Inocente”. Y con el paso del tiempo aprecio en ella matices y colores que no percibí en su estreno. El rojo y el verde de las estancias, el blanco y negro de los vestidos. Visconti es el maestro que compendia en una última obra su talento, su arriesgada puesta en escena –con muchos minutos de primeros planos, hoy imposibles de aguantar- , y su destreza con la cámara que nos regala al mismo tiempo imágenes tan bellas y melancólicas como perturbadoras.

Sobre la novela de Gabriele D'Annunzio, formula un fatal drama sostenido sobre la etérea figura del joven escritor D´Arboreo, quien -con una aparición de tan solo 5 minutos en escena- se convierte de en el hilo conductor de la película, representando la integridad moral frente a la amoralidad de los personajes de la decadente aristocracia italiana.

Visconti, por otra parte, anticipó en el cine arriegadas propuestas en el comportamiento moral de la sociedad (“la tierra tiembla (1948)”, difíciles de equiparar en nuestros tiempos. En “el inocente” su último film, como no podía ser de otra manera, se atreve con la más abominable.

Obra maestra.