Hubo un momento absolutamente patético donde un sujeto que trabaja para la policía y que se la pasa con un bom bom, camina como una niña cuando cree que han atrapado al maloso que buscan. Fue de risa, pero no por gracioso sino por ridículo.

Quizás lo único de agradecer es su ritmo: suceden muchas cosas en las dos horas de metraje y eso por lo menos la hace entretenida. Pero al mismo tiempo salen personajes perversos y psicóticos con tanta frecuencia que terminan por enredar más y más una trama, ya de por si compleja.

Sin duda se necesita estómago para ver esto, no por la sangre, que por cierto es mucha, sino por temas sensibles como la pedofilia y el maltrato a las mujeres y los niños. Tetsuya Nakashima pasa por encima de estas conductas cual Pedro por su casa, como si este fuera el comportamiento normal de los japoneses.