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Voto de Duque:
8
8,2
6.361
Drama
Este clásico del cine mudo fue el primer film que explotó el movimiento de cámara. Narra cómo el portero de un lujoso hotel, un anciano orgulloso de su trabajo y respetado por todos, es bruscamente degradado a mozo de los lavabos. Privado de su antiguo trabajo y del uniforme que le identifica, intenta ocultar su nueva condición, pero su vida se va desintegrando lentamente. (FILMAFFINITY)
21 de marzo de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La madurez y pureza del llamado cine silente queda establecida cuando Murnau -que ya había contraído las venas de muchos cinéfilos- filmó la tragedia de su década. Atrás quedaron las arritmias de un montaje marcado por los rótulos de texto, que negaban esporádicamente la existencia del fantástico mundo más allá de la pantalla, y llegó el dinamismo de la expresión corporal y la cámara desencadenada, que llevó el escenario allende los inamovibles decorados teatrales. Si bien el realizador de Nosferatu ya nos indicaba que había algo más allá de los márgenes marcados por el invariable campo de percepción de la cámara, al principio este film la cantidad de movimiento que aparece en pantalla es tal que crea una ilusión de inmensidad que introduce de lleno al auditorio en ese callado pero vertiginoso mundo del celuloide. De nuevo, Murnau da vida propia a la obra y crea, así, un nuevo monstruo quizá más grande que el conde Orlok.
Desde el Edipo Rey de Sófocles la tragedia siempre estuvo vigente en las artes escénicas, principal antecedente del cine de ficción, como principal promotor de la reflexión ociosa, siempre con la impresionante idea de la fatalidad de fondo. Este género trágico vuelve a nosotros a través de la historia del portero de un hotel, personaje interpretado por Herr Emil Jannings, y un símbolo acerca de la pérdida de la dignidad, la cual le es arrebatada al protagonista tan pronto es arrancado de su puesto de trabajo, lo único que daba sentido a su existencia. Es fácil simpatizar con este patético anciano, incapaz de moverse por sí solo si no está enfundado por su atuendo de trabajo, un ideal al que servía con orgullo. ¿Es este hombre una máquina del capitalismo desposeída de su labor? Quizá. La autoridad y el reconocimiento que le otorgaban la gorra y la gabardina lo convertían en poco más que en una celebridad, en alguien importante; por lo que no le queda otra cosa que robar el uniforme y pasearse por el barrio disfrazado de lo que ya no es. “La última risa”, el título de la versión anglosajona de la película, podría ser una referencia a las carcajadas que resuenan en el vecindario del ex portero tan pronto se descubre su farsa. ¿Ríen por el triste intento del viejo de ocultar su degradación o porque éste, vedado de su querido pellejo, ha quedado reducido a un triste empleado de los aseos? Sea como sea, al final, cuando ya todo parece perdido y el destino está fijado, Murnau –deus ex machina- se compadece a regañadientes del personaje e inserta con calzador un final made in Hollywood. La tragedia sufre una dolorosa metamorfosis censurada por el único rótulo de la película, que casi implora disculpas. Ahora la última risa la boquea el último, que ríe mucho mejor.
[Sigue en spoiler]
Desde el Edipo Rey de Sófocles la tragedia siempre estuvo vigente en las artes escénicas, principal antecedente del cine de ficción, como principal promotor de la reflexión ociosa, siempre con la impresionante idea de la fatalidad de fondo. Este género trágico vuelve a nosotros a través de la historia del portero de un hotel, personaje interpretado por Herr Emil Jannings, y un símbolo acerca de la pérdida de la dignidad, la cual le es arrebatada al protagonista tan pronto es arrancado de su puesto de trabajo, lo único que daba sentido a su existencia. Es fácil simpatizar con este patético anciano, incapaz de moverse por sí solo si no está enfundado por su atuendo de trabajo, un ideal al que servía con orgullo. ¿Es este hombre una máquina del capitalismo desposeída de su labor? Quizá. La autoridad y el reconocimiento que le otorgaban la gorra y la gabardina lo convertían en poco más que en una celebridad, en alguien importante; por lo que no le queda otra cosa que robar el uniforme y pasearse por el barrio disfrazado de lo que ya no es. “La última risa”, el título de la versión anglosajona de la película, podría ser una referencia a las carcajadas que resuenan en el vecindario del ex portero tan pronto se descubre su farsa. ¿Ríen por el triste intento del viejo de ocultar su degradación o porque éste, vedado de su querido pellejo, ha quedado reducido a un triste empleado de los aseos? Sea como sea, al final, cuando ya todo parece perdido y el destino está fijado, Murnau –deus ex machina- se compadece a regañadientes del personaje e inserta con calzador un final made in Hollywood. La tragedia sufre una dolorosa metamorfosis censurada por el único rótulo de la película, que casi implora disculpas. Ahora la última risa la boquea el último, que ríe mucho mejor.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No todo son lágrimas en el largometraje del cineasta alemán. El último puede ser recordada como la obra que inauguró el expresionismo a través de la maquinaria de la cámara desencadenada. Las sensaciones son transportadas al espectador gracias a los pinitos del traveling, de las lentes deformantes y de los giros de cámara; así somos transportados por el aullido de una trompeta, soñamos con nuestra grandeza o sentimos los mareos propios de la borrachera. La cámara se deshace de sus ejes y, al fin, es una herramienta de expresión de las Vanguardias, que experimentarán hasta establecer las técnicas del cine moderno. Murnau, pese a tener que resignarse con una historia de desenlace absurdo, pudo saborear la victoria cuando sacó a pasear su invento, derribando los obstáculos que condenaban a la cámara al inmovilismo que sólo la compañía de los Lumière había superado una vez al montar su aparato en uno de sus dichosos trenes. La liberación física del cineasta acababa de comenzar.
Con todo, El último es, sin la menor duda, el discurso visual que fijó las bases del cine, un discurso emotivo que nos acaba recordando que lo que importa en la Industria es el Poderoso Caballero de Quevedo. Muy seguramente sea el dinero el sistema de engranajes que hace girar el mundo, pero lo que mueve esos engranajes no es otra cosa que el espíritu humano. El último, con sus engranajes, aprende a andar y, con su espíritu, enseña que la dignidad es un órgano que jamás nos deben quitar.
Con todo, El último es, sin la menor duda, el discurso visual que fijó las bases del cine, un discurso emotivo que nos acaba recordando que lo que importa en la Industria es el Poderoso Caballero de Quevedo. Muy seguramente sea el dinero el sistema de engranajes que hace girar el mundo, pero lo que mueve esos engranajes no es otra cosa que el espíritu humano. El último, con sus engranajes, aprende a andar y, con su espíritu, enseña que la dignidad es un órgano que jamás nos deben quitar.