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España España · Zaragoza
Voto de Bobby Lee:
1
Drama José Manuel Gómez Perales, alias “El Jaro”, vive en Madrid con su banda y sus “novias”. Un día conoce a una prostituta de origen mexicano que se enamora de él y le ofrece su casa para apartarlo del mundo de la delincuencia. Jaro acepta el refugio, pero sigue dando golpes con su banda. Un día conoce a una adolescente drogadicta y se enamora de ella. (FILMAFFINITY)
24 de noviembre de 2016
29 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante los años setenta y ochenta hubo una explosión de delincuencia juvenil, sobre todo en las grandes cuidades, que algunos directores, como Eloy de la Iglesia y otros, retrataron con tintes hagiográficos, como mártires. El Vaquilla, el Nani, el Torete, el Pirri, el Jaro, el Guillermo, no se ofrecen al espectador como la gentuza que realmente fue, sino como personas con ansia de libertad y espíritu de rebeldía, a los que los malvados policías, los empresarios corruptos, los políticos y, en general, todos aquellos que no pertenecíamos a su submundo, éramos culpables de su situación desesperada.

Por si fuera poco, nos tuvimos que aguantar, por culpa de estos macarras adocenados y los que les reían las gracias (como De la Iglesia), que "esto con Franco no pasaba", "para eso querían la libertad" etc

Pues mire, pues no.

La gentuza que protagonizó la explosión de violencia que tantas portadas de periódicos ocupó y que inspiró las películas de De la Iglesia habían, nacido, sin excepción, durante el franquismo. Nada tuvo que ver la Democracia con las malas condiciones de vida que -según los panegiristas de los tipejos estos- les había "empujado" a la delincuencia, les había "obligado" a tomar las armas, etc.

Tomemos el ejemplo de "El Jaro": repasen la wikipedia y el interesante enlace que aparece al final, a un blog de "Mundo Quinqui". El padre y algunos hermanos de "El Jaro" iban a trabajar, mientras la madre, alcohólica, se tragaba todos los ahorros en vinazo mientras los hermanos menores -entre ellos "El Jaro"- pasaban hambre encerrados en un cuarto. Claro que el niño de cuatro a seis años no tiene la culpa pero ¿la tiene el taxista, el empleado de gasolinera, el joyero al que atracan y dejan medio muerto unos años después?

Recuerden el Vaquilla: desde su más tierna infancia, toda la familia vive de dar "palos" a los payos sin dar uno (un palo) al agua. Todos le animan a que se vaya con el Tío Mamerto a mangar por ahí, o a descerrajar unas recreativas, o a reírse de los payos (con una chirla y siete primos calés detrás, claro).

Y claro, estos descubren que es más fácil y positivo abrir la cabeza de un chaval para robarle las cuatro perras que tenía, que ir al colegio, hacer los deberes, y si no tienes juguetes pues juegas con una caja de cartón. Los sociólogos siempre nos han hinchado la cabeza con historias de lo bien que lo pasan los niños jugando con una pelota de trapo, pero se ve que estos tiparracos no querían pasárselo bien y preferían ponerle la navaja en el cuello para sacarle las perras a quien pasase por allí y comprarse uno de reglamento.

"El Pera" fue llamado así desde un día que robó un abrigo a un niño "pijo" -dice él- y se presentó con él en el barrio. Jaja, qué risa: el niño "pijo" (¿tiene él la culpa de ser un niño de familia integrada en la sociedad) se pela de frío, se muere de vergüenza, miedo y humillación, posiblemente reciba un castigo de sus padres, para que un delincuente se pavonee en el barrio. Jaja, qué risa en los cines de Barrio cuando el niño bien se mea en los pantalones.

Y, volviendo a la época en que vivían, todos estos delincuentes no podían levantar cabeza en la sociedad represiva y dura, primero pego y luego pregunto, de la dictadura.

Pero llega la libertad, y la democracia: no se les manda a antros carcelarios, se les manda a reformatorios, con psicólogos, jueces de menores, asistentes sociales, buena gente con ganas de ayudarles y darle una oportunidad... Se condena a los Policías que maltratan detenidos, la Prensa pone en portada las denuncias de malos tratos en los reformatorios (aunque en su inmensa mayoría serán falsas).

Ý periodistas (representados en las películas "de quinquis" siempre por concienzudos concienciados, como Sacristán, o buenorras como Isabel Mestres) que claman porque se le de una oportunidad a estos adolescentes, que dicen "este chaval no tiene delitos de sangre") aunque por detrás estos "quinquis" se rían de ellos y planeen el siguiente atraco.

Por supuesto, esa oportunidad QUE SÍ TRATÓ DE DARLES LA DEMOCRACIA no la aprovecharon: por el contrario, una vez descubierto que el hurto, la violencia, el atraco, la extorsión, la humillación de las víctimas, asustar y ridiculizar al payo o al "niño bien" es más fácil, y da un "subidón de adrenalina" tremendo, intentar con ellos la vía blanda, fue un fracaso absoluto: robos de coche, palizas, atracos, etc decenas de detenciones, y si me cogen, a poner cara de bueno para que me ofrezcan la enésima posibilidad de reinserción, y así volver a dar palos que es lo que me gusta. Mientras, muertos en las calzadas, palizas, heridas de pacíficos viandantes... El "Guille" aprovechaba los permisos (por buena conducta, hay que risa, recomendados por el psicólogo para que fuera conociendo que podía integrarse en la sociedad sin cometer maldades) para robar una "loca" (un 1430) y "hacerse" todas las gasolineras de una ruta. Más risa aún porque, vuelto a detener, no haber degollado a nadie se convierte en un punto a su favor ("pero no tiene delitos de sangre", insiste el psicólogo, aunque hayan apaleado con un bate de baseball a un empleado porque se movió un poco). Y ellos venga a reírse de la sociedad, esto es, de usted y de mi, porque eramos tan tontos de, encima, llorar por ellos cuando morían, víctimas de su propia canallesca violencia.

De la película poco hay que decir: maniqueísmo (polis malos-polis peores) lloriqueos por unos tipos que no lo merecen, malas actuaciones, peor fotografía y pésimo guión; violencia gratuita y escenas directamente risibles, como la de los millones de macarras bajando por las lineas del metro para acudir a destrozar un local
Bobby Lee
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