No es cuestión de debatir si "Operación dragón" es material oriental o de criticar su encuadre casero, tampoco de hacer de la película una leyenda por lo ocurrido en vida a B. Lee, es hora de disfrutar de grandes peleas grabadas de manera original, sin demasiado rodeo sobre conseguir habilidades en la formación, sobre sermonear acerca de talento, físico o espíritu; sino es momento de saborear la técnica del maestro y la emoción puesta en ello, el código y el honor fluyen en sus gestos y miradas.

El guión es simplón del todo, algún perverso que ha desafiado lo sagrado y provoca la vergüenza en el templo, recuperar lo perdido una vez ha organizado un torneo cuyos objetivos se desvelan en buenas secuencias de lucha y un estilo setentero; el renegado de la escuela es el rey en su propia isla y hay que acabar con él, por tanto en ese sentido es repelente y arrogante y se convierte en una especie de policíaco mediocre sobre drogas o prostitución con el ingrediente clásico de la venganza personal y el malo de la cara cortada.

Coloca a sus personajes en apuros sin demasiado contenido en etnias sociales o política, al final lo más destacable, aparte de las mencionadas secuencias de artes marciales, es su magnífica música ya que el drama es inexistente y hay momentos en los que pienso que alguna de Van Damme poco tiene que envidiarle, pero en realidad desde que llegan a la isla todo cambia, toma esencia y trata de dotar de leyenda a los pesonajes en medio de lo exótico, nunca se puede decir que sea épica pero sí única.

Los dota de lujos y diferentes mentalidades, el torneo es pura exhibición, pasta y mujeres pero no escandaliza en el horror del tráfico humano ni de drogas, promueve pasos prohíbidos en la luna, la mosca humana queda expuesta al odio en una encerrona programada y sin sobresaltos, pero que acontece en dignos escenarios de lucha y queda consagrada con la llegada de la violencia, no es despiadada ni encuentra el secreto enla corrupción humana, pero roza el límite de ello.