Blackthorn tiene destino, forja la leyenda en los créditos iniciales de los bandidos dados por muertos, un rastro que deja atrás años difíciles para asentarse en tierras tranquilas donde recaudar, un patrón de western clásico, un director empapado en el género, despedidas y nostalgia, el alma castigada de un protagonista bajo una Bolivia exelentemente fotografiada, negocios para volver de día, un accidente para quedarse y huir de noche, un trato con el español, el caballo tenía todo y ahora se necesita sobrevivir con una persona sin valor, no es por piedad, es por dinero, la persecución lleva a la mina e intensifica una relación de amistad, la película tiene saltos temporales que habla sobre ella, no cae en el sentimiento de venganza, sino que cada vez más agudiza el valor de la confianza en las personas bajo escenarios estimulantes.

Con respecto a los cánones del western toma el mismo camino pero en diferente ritmo e incluso estilo, es una apuesta arriesgada que sale triunfadora de la altitud por su energía y riqueza, se siente viva como su personaje libre, el enemigo está muy poco trabajado pero porque esconde las fichas, lleva a los límites de la vida como perros de desierto, no se trata de estímulos de secreción adernérgica, sino el destino del que dieron por muerto y se sumerge hasta el agotamiento en su última oportunidad de ver al sobrino, o el hijo, del que busca descansar, del que se siente engañado para conducir la trama a la moral del forajido, el espectador juzga el tipo de delincuencia que aprueba, si tiene perdón, si hay tiempo para la redención, está a unas horas de la libertad y la buena vida, pero los dioses de las montañas son los que recuperan sus valores y los que perdonan vidas, Bolivia, joder, Bolivia.