Siempre resulta curioso como una sola niña convierte un ambiente pacífico, en el que conviven la inocencia de las menores con la bondad de las cuidadoras, en un horror sentimental que se aprecia porque el director sabe imprimir el disgusto sin piedad, sabe plantear la situación sobre la niña manipuladora y los sacrificios que se desvanecen de una manera natural y sabe jugar con los rumores que afectan a la sociedad de manera demencial, la credibilidad del asunto no se decanta en realidad a favor de nadie, de ahí que la historia sea redonda, pero la manera en que se propaga es desagradable y las consecuencias irreversibles, un grave asunto que se resuelve cerrando el círculo de un sólo trazo, sin buscar polémicas pero jugando con la moralidad, esto era el cine de antes, en una época donde el lesbianismo sería mucho más controvertido.