En su día fue considerado este film como poco menos que una obra maestra. Viéndolo ahora, más de treinta años después de su estreno, lo cierto es que de obra maestra tiene más bien poco.
Es interesante, no cabe duda, y la historia es muy humana y, por lo tanto, universal. Los miedos, frustraciones y sueños de un ser humano, quien no recibe el amor que desea por no ser capaz de transmitirlo a los demás.Pero Rafelson, un buen director, le imprime un ritmo lento, apuntalado y muy beneficiado por la labor de los estupendos intérpretes.
A la cabeza de ellos está Jack Nicholson, quien con esta película precisamente, pasó de ser un buen actor secundario a una estrella. Lo hace excelemente y por ello fue nominado al Óscar al mejor actor, aunque no lo ganara. Por su parte, Karen Black, una de las actrices que más me gustaban de la maravillosa década de los setenta, está inconmensurable.
Buena banda sonora, con maravillosa música clásica, y una soberbia fotografía.
Es interesante, no cabe duda, pero no pasa de ahí, aunque tiene bastante importancia en el cine USA, principalmente, al ser uno de las primeras películas donde se refleja al quehacer de un ser humano más o menos corriente, que es capaz, incluso, de llorar, algo que no se solía ver.

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