Estremecedora película que creo que se debería de poner en algún que otro instituto de nuestro país para demostrar así a los mimados adolescentes españoles de hoy día que no todos tienen la suerte de vivir en un país políticamente estable como es España, y para todas aquellas personas que se quejan por vicio. Me encanta la labor informativa que, a veces, puede tener el cine. Me ha acercado a un gravísimo hecho que sucedió realmente y del que no tenía tanta información. Nada más que por ésto merece la pena su visionado y tiene su mérito. Sam Waterston fue el actor elegido desde un primer momento por el director del film, un Roland Joffé que nunca ha sido santo de mi devoción. La productora, en cambio, no confiaba demasiado en este discreto actor no muy conocido. Afortunadamente, se le dio la oportunidad de interpretar al periodista del New York Times, Sydney Schamberg, y a mí me parece que lo hace espléndidamente. El digno de admiración Haing S. Ngor ha sido una auténtica revelación y creo que fue totalmente merecido su Oscar como mejor actor secundario. Hay que tener en cuenta que Ngor no era actor profesional, sino un ginecólogo afincado junto a su familia en San Francisco, lo cual tiene para mí mucho más valor. Desgraciadamente, unos cobardes asquerosos le mataron mientras salía de su domicilio hace unos años. Descanse en paz. Junto a ellos, un magnífico John Malkovich que, a pesar de tener un papel mucho más secundario, lo borda. También cumple un más que atractivo Julian Sands. En cuanto al tema de la banda sonora compuesta por el aclamado Mike Olfield, a mí no me ha gustado nada, me parece horrorosa y es una pena, porque resta muchos puntos al film. La fotografía, por contra, es espectacular.