Rocky, sabemos que es un hombre de gran corazón, bondadoso y cariñoso, y también sabemos que no puede ser un buen entrenador, porque no lo es, efectivamente. Fue un boxeador sin técnica y la técnica es lo primordial para triunfar en cualquier disciplina. Pero esto es una película y había que ganar el corazoncito de los espectadores contando una bonita historia que calara hondo.

Para ello empiezan haciendo ver que Rocky acabó bien, que no fue una ruina, que no terminó sonao ni se aprovecharon de él hasta dejarlo sin un céntimo. Que aunque era de pocas luces, gracias a su esfuerzo salió adelante manteniendo un buen negocio. Para ello, Sly recuerda bien a su personaje y realiza un trabajo correcto, además, tiene talento para ponerse sentimental relatando las historias tristes de aquellos que se fueron, personajes que conocimos además. Luego al aspirante, Creed, le inyectan una historia romántica; y para acabar, echan mano de archivos de secuencias y de música que incrustan en momentos clave y con todo eso, el resultado no podía ser malo del todo, pero sí que es algo escaso y demasiado evidente.

¿Era nostalgia la razón de este nuevo capítulo en la historia de Rocky? O, sencillamente, ¿no será que había llegado la hora de jugar una nueva baza a costa de aquellos combates que dieron tanto dinero y organizar otro en plan espectacular para sacar nuevos beneficios? No vamos a decir que la memoria de Rocky no se merecía ser cuestionada de esta manera, ni la de Apolo, porque es a lo que se dedicaban, no es nada malo; al fin y al cabo es el mundo de los negocios ... y las que entran por las que salen.