De una orilla a la otra del canal de La Mancha, van y vienen como el que cruza una calle de acera a acera un día soleado de poco tráfico y menos peatones, y la cuestión es hacerlo lejos de semáforos o pasos de cebra. En ambas costas están los castillos, los bares, los puertos y las siniestras mazmorras; y no hay más mundo que ese. Existe una especie de desprecio por las distancias ya sean en mar o tierra. La historia pinta de piratas, aunque no lo es, es un juego de amor, decepción y remordimientos que, con todos los respetos, me ha parecido sin mucho gancho; además no se consigue en ningún momento presagiar peligro importante, incluso la llegada de Napoleón en visita sorpresa no levanta curiosidad alguna. Las incursiones del héroe apenas representan esfuerzo y los malos son malos porque son los de la otra orilla. Yvonne es un encanto y ver a Rocky a su lado hace sentirle a uno estafado, el contrabandista luce pecho musculoso de continuo y ahora me imagino que lo hacía para deslumbrar al cámara o al mesonero.
Hablando de mesoneros, cuando el mesonero vende la bota, o sabe a pez o está rota.