Me he reído con esta película. Me mola eso de ver al marido castigado por la mujer que es la que lleva los negocios y los pantalones y le llama a su querido esposo “el majadero”.
Yo mando en mi casa, desde luego (otra cosa es que me hagan caso), por eso me río en estas películas de tipos que tienen una mujer que los tratan como si fueran tontos mandados de hacer de encargo, qué bueno.
La tía gana millones y millones de liras y el marido monta un negocio de ascensores y nada más que pone uno en un bloque se cae a la primera. Así dicho a lo mejor no tiene gracia pero viendo al Sr. Sordi (que es el maltratado marido) en la oficina, con su secretario, el técnico y el chofer, yo me parto.
Alberto Sordi parece nacido para estos papeles.
-No se preocupe, jefe, que no ha muerto nadie -le dice el secretario.
-Imbécil.
El secretario es marqués, fue capitán suyo durante la guerra, ahora es el que hace los recados, el botones, y sufre mucho porque como eso de ser marqués en Italia no da dinero (es el caso del famoso conde Lecquio que para subsistir tiene que hacer el indio en televisión) pues está a lo que le mande el señorito, a veces de malos modos, y eso es muy duro para su dignidad; de todas formas le estima incondicionalmente.
El inventor de los ascensores es un pederasta, escapado de Alemania. Es una afirmación que hace el señorito y yo creo que es mentira; es imposible que esa persona, de respetable edad y siempre a lo suyo, violara a una niña de 12 años.
El chofer es el tío del señorito. Tiene asignado un seiscientos pero el cabrón coge siempre el cochazo de la señora, je, je, que tiene su propio chofer con uniforme y todo; y a éste le jode mucho, claro. El chofer del señorito no soporta ver a su jefe en un coche tan humilde y eso que le debe un montón de pasta.
La peli me ha encantado. Divertida a tope. Con el clásico sabor italiano y humor disparatado. Ojo, todo esto está contado sin que decaiga la narración ni un ápice.
Cuando Sordi se entera que su mujer ha fallecido en un accidente de tren… bueno, no se puede describir con palabras la felicidad que le invade, es algo inmenso; es algo como si por fin uno hubiera hablado con Dios, de hombre a hombre. De hecho yo creo que le da las gracias. Aunque disimula muy bien en el funeral.
La expresividad de Sordi es un valor incuestionable.
Un humor buenísimo, cruento, despiadado...
Indispensable dentro del género dramático-matrimonial.