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Western
Un grupo de veteranos atracadores de bancos que viven al margen de la ley y que actúan en la frontera entre los Estados Unidos y México, se ven acorralados a la vez por unos cazadores de recompensas y por el ejército mexicano. (FILMAFFINITY)
17 de marzo de 2010
29 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gran aventura de este grupo será siempre contada a los cuatro vientos. Muchos podríamos creer que es un grupo de hombres descolocados, fuera de su tiempo, pues no, además, casi ni es salvaje, es meditada.
Peckinpah, firma una de sus mejores historias y la inyecta de la violencia que surge cuando no van bien los asuntos corrientes en los que suelen andar metidos este tipo de hombres: Guerra, negocios, juergas…
Estos héroes a caballo de aquí para allá con su mercadillo de armas robadas, tratando con gente que está harta de todo, que busca un poco de reconocimiento (sí: un poco de reconocimiento por parte de los demás) son hombres pacíficos, civilizados y no menos perdedores que cualquier otro que les rodee. Peckinpah no nos lo dice, no pone letreros, pero hay que saber verlo en sus caras.
Los mejicanos igual, ellos también buscan reconocimiento. Ahí está el general, desafiando al enemigo con chulería, bien plantado, dispuesto a morir: yo no me bajo de la burra. Entonces viene el niño y le dice con cariño: ¡Ya están aquí, mi general, vámonos! Ahí. Ahí es cuando da media vuelta y se marcha el general. Sonríe y se va. Ahí está el reconocimiento a uno mismo. De su vida, de sus luchas.
Y eso es lo que les sucede a estos hombres que Peckinpah nos lo cuenta de maravilla. Qué están cansados de la vida, de luchar, de perder, de regatear las ganancias, de estar con las putas y no encontrar en nadie un mínimo de reconocimiento.
Son amigos, aunque no tienen porqué serlo, les une el negocio y las circunstancias, pero al final cuenta el sentimiento, el cansancio de ver tanta injusticia. Romanticismo al más alto nivel.
Peckinpah, firma una de sus mejores historias y la inyecta de la violencia que surge cuando no van bien los asuntos corrientes en los que suelen andar metidos este tipo de hombres: Guerra, negocios, juergas…
Estos héroes a caballo de aquí para allá con su mercadillo de armas robadas, tratando con gente que está harta de todo, que busca un poco de reconocimiento (sí: un poco de reconocimiento por parte de los demás) son hombres pacíficos, civilizados y no menos perdedores que cualquier otro que les rodee. Peckinpah no nos lo dice, no pone letreros, pero hay que saber verlo en sus caras.
Los mejicanos igual, ellos también buscan reconocimiento. Ahí está el general, desafiando al enemigo con chulería, bien plantado, dispuesto a morir: yo no me bajo de la burra. Entonces viene el niño y le dice con cariño: ¡Ya están aquí, mi general, vámonos! Ahí. Ahí es cuando da media vuelta y se marcha el general. Sonríe y se va. Ahí está el reconocimiento a uno mismo. De su vida, de sus luchas.
Y eso es lo que les sucede a estos hombres que Peckinpah nos lo cuenta de maravilla. Qué están cansados de la vida, de luchar, de perder, de regatear las ganancias, de estar con las putas y no encontrar en nadie un mínimo de reconocimiento.
Son amigos, aunque no tienen porqué serlo, les une el negocio y las circunstancias, pero al final cuenta el sentimiento, el cansancio de ver tanta injusticia. Romanticismo al más alto nivel.