Dijo Villenueve que en absoluto iba a competir con esta secuela contra la obra de culto del señor Ridley Scott (1982), pero estaba en su derecho de intentarlo. La obra visualmente es perfecta, te puedes quedar embobado ante una pantalla grande con esos efectos y ese sonido, con las interpretaciones y además con un guion circular con cierre aceptable, más o menos, pero el aire de solemnidad que invade por completo la historia ha jugado contra él. No se trata de colarnos acertijos en plan profundo de repetitivos tests, panales de rica miel, niños esclavos y todo con gran lentitud para que te entretengas en posibles significados, porque eso no es Blade Runner.

Cuando uno se enteró que trabajaría Harrison Ford ya podía mosquearse y con razón, pues tirar de la anterior podría ser un error y es posiblemente, lo que haya ocurrido. Han obviado dos cosas importantísimas: El paisaje humano, o sea, los malévolos seres humanos que tenían que tener su papel sui géneris como creadores y al mismo tiempo como exterminadores. Y la otra: seguir plantada esta 2049 en el problema moral sobre el derecho a la existencia de los nexus y demás replicantes; no era necesario. La demoledora obra de Scott después de acción y persecución implacable policial, tan tajante que no sabías donde situarte, Rutger Hauer ya dejaba pasmado al personal con un par de frases sobre el sentido -o sin sentido- de la vida. Quedaba cerrada, de forma perfecta, una obra de culto que no admitía más réplicas.