Durante la escena donde el protagonista se encuentra por primera vez con sus antepasados y le enseñan el puente por donde cruzan de un mundo a otro no pude evitar reírme. Tampoco pude evitarlo cuando la abuela de Miguel le explica el porqué de la ofrenda, el motivo por el que lo hacen cada año. Me sonó ridículo. No me malinterpretéis, simplemente no soy una persona de seguir tradiciones de este tipo. No creo en ellas, y aunque las respeto, no puedo evitar ser de esos que se ríe por lo bajini como a quien le cuentan un chiste. Como si eso no fuera conmigo. Como si el resto de los mortales estuvieran delirando sin darse cuenta y yo fuera el único que lleva las gafas de sol de Están Vivos. No voy a decir que esta película haya cambiado mi forma de pensar sobre ciertos temas, porque de ser así sería una persona demasiado influenciable. Pero obviando spoilers, debo admitir que cuando vuelve a salir el puente al final no me reí. No pensé que la representación de la creencia en la otra vida fuera un chiste. Aunque no la comparta.

Probablemente esto no sea una buena crítica de la película, pero sí de lo que me hizo sentir y reflexionar. Hay muchos temas que son secundarios en Coco y que me parecen muy interesantes (incluyendo la autoría de las canciones, por decir un ejemplo). Pero la creencia en la vida después de la muerte y lo que realmente significa para el ser humano, ya no solo como una idea religiosa sino como una motivación por querer trascender. Eso es algo que puedo entender y que quizás nunca me había parado a pensar que podía estar relacionada de forma tan profunda con esa creencia. La vida por suerte o por desgracia se acaba, y dudo que vaya a cambiar de opinión sobre la idea que tengo del después. Pero lo que la gente recuerde de nosotros depende de los que se quedan y en eso estamos todos de acuerdo, creamos en lo que creamos.