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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Cuando a las puertas de un convento de clausura aparece un cesto con una niña dentro, las monjas sienten despertar su instinto maternal. La superiora y el médico del pueblo, que es el único hombre autorizado a entrar allí, llegan a un acuerdo: él adoptará a la niña, pero se la entregará a las monjas para que la eduquen. (FILMAFFINITY)
1 de agosto de 2014
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ahora que se cumplen 20 años de esta película de Garci, resulta curioso comparar este film pausado y reflexivo con la evolución en el lenguaje del cine actual y la sociedad en que vivimos, huérfana de algunos valores morales y espirituales, en opinión de un creyente aunque no muy practicante, me ha parecido oportuno volver a ver y escribir sobre esta obra basada en la pieza teatral de Gregorio Martinez Sierra (en realidad escrita por su esposa María Lejárrega), cuya materia y modos tocaron la fibra sensible de varias generaciones de espectadores desde los años treinta. La de Garci es la quinta adaptación para la pantalla, una historia de buenos y blancos sentimientos que el cineasta con su estilo personal, encuentra dignos de explorar.

Una historia sencilla que no simple, que atesora valores universales, en torno a un convento de monjas de clausura en algún lugar de la ancha Castilla a finales del Siglo XIX. Una niña-bebé entregada a las dominicas, adoptada por ellas junto a un médico agnóstico que pasea su soledad y su desamor entre los muros del convento cuidando la salud de las religiosas. A priori, la entidad narrativa en cuestión se desvela mínima y casi reducida a la pura esencialidad: la presentación de los personajes, la tímida pero bella sugerencia de una relación amorosa imposible y callada entre el médico y la superiora, el hallazgo y la adopción del bebé, y una gran elipsis central que cubre 18 años de vida y crecimiento de la niña.

Hay un esfuerzo de rigor en la planificación de las miradas, los silencios, con planos fijos desde una distancia pudorosa, que va buscando abrigar y potenciar la emoción renunciando explícitamente a todo subrayado, inyectando densidad a una atmósfera que la puesta en escena cultiva con una coherencia imperturbable. Esa distancia no es sólo visual, sino que también incumbe al registro dramático que impregna la película. Dotada de una fotografía primorosa que capta la luz de Zurbarán, que es en el fondo, la luz interior del alma. Su cuidada ambientación y la pléyade de actores fabulosos con los que cuenta Garci, le otorgan al film gran solidez, destacando el personaje tierno y socarrón del doctor que encarna un soberbio Alfredo Landa.

Poderosamente emotiva, de gran hondura sicológica, “Canción de cuna” es una película de mujeres que no pueden ser madres que proyecta su mirada sobre la feminidad, sobre amores imposibles, sobre la soledad y la pérdida de seres queridos, donde los hábitos no pueden ocultar el alma de mujer. Una película serena que transmite vitalidad y ganas de vivir, cercana al corazón, austera y contenida, que busca la fe, pues la fe es un componente esencial en la vida. Próxima al universo de Dreyer y Bergman, cineastas que siempre exploran los rincones del alma, una película inalterable al paso del tiempo que busca el misterio de la naturaleza humana.
Antonio Morales
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