Cuando Cecil B. De Mille dijo ésta frase, estaba claro que no se refería religiosamente al así llamado Libro de los libros, sino como una fuente inagotable de argumentos en los que se mezclaban el drama, la aventura, el amor y el odio, pero un puritano reconocido como él, pocas veces dejó de lado sus aspectos religiosos. Aunque tenía la etiqueta de realizador de grandes espectáculos, donde mejor se refleja su personalidad es en los films que son menos espectaculares. Es lo que sucede en “Sansón y Dalila”, con su anécdota extraída del Libro de los Jueces, donde De Mille fue más allá de lo habitual para ritualizar, una fijación por el sexo en los límites de lo obsesivo.

Por lo tanto estamos ante una genuina perla del péplum más desmesurado, hiperbólico y kitsch, culminación absoluta del cine de resonancias bíblicas que practicó a lo largo de treinta años Cecil B. De Mille, un cineasta mucho más fantasioso y osado de lo que muchos aficionados al cine piensan. Gracias a un guión impúdico y alocado, se escenifica la superlativa pugna sexual del invencible y poderoso Sansón y la seductora y lasciva Dalila. En realidad, más allá de la puesta en imágenes literal de determinados apuntes bíblicos como la lucha de Sansón contra los soldados filisteos armado con una quijada de asno y otras espectaculares escenas que me reservo, lo que destaca en esta película es la relación entre el macizo Víctor Mature y la bella Hedy Lamarr.

El film está estructurado alrededor de la sinuosa venganza de una mujer, Dalila, quién, despechada porque su hermana Samadar (Angela Lansbury) ha sido elegida como esposa por Sansón en lugar de ella, dedica su vida a vengarse. El resto es accesorio, un mero telón de fondo: los filisteos son los ocupantes de la tierra de Gaza y Sansón se convierte casi a su pesar, víctima de las circunstancias, en héroe de su pueblo, el guión elude en la medida de lo posible las circunstancias sociales y políticas para centrarse en lo que he comentado con anterioridad. Es la historia de un amor sadomasoquista, casi siempre insinuado por medio de la elipsis. Como era habitual en el cine de De Mille, utiliza la voz en off inicial para hablar de ídolos y de tinieblas, en el que incluye una gran descripción vigorosa de índole dramático y de sutilidad contando la opresión de un pueblo sometido por los filisteos. Una película que insinúa mucho más de lo que muestra explícitamente.