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Voto de Antonio Morales:
9
Drama En el año 1901, en una finca del norte de Italia, nacen el mismo día el hijo de un terrateniente y el hijo de un bracero que serán amigos inseparables, aunque su relación se verá nublada por sus diferentes actitudes frente al fascismo. Drama que hace un complejo recorrido político y social por la Italia del siglo XX. (FILMAFFINITY)
27 de marzo de 2014
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Novecento” significa en italiano siglo XX, una época marcada, como refleja la película, por el conflicto entre el fascismo y el capital, por un lado y el comunismo y el triunfo del proletariado, la gran utopía de la centuria, por el otro. La grandeza de Bertolucci, la grandeza de “Novecento”, reside en que nos narra el siglo XX sin salir de un pequeño pueblo italiano, ese pueblo es como la Mancha de Cervantes o el Macondo de García Márquez: un imaginario pueblo que alcanza dimensión universal, pero sin perder su colorido y su angostura de pequeño lugar. Para reflejar una Italia convulsa, donde la revolución social y política cambió radicalmente las relaciones humanas. “Novecento” es una película que intenta parecerse a la vida. Bertolucci reúne a Olmo (Gerard Depardieu) y Alfredo (Robert de Niro) y, a través de la amistad a lo largo del siglo de un campesino y su amo, hace, primero, un fresco épico y lírico de la historia de la clase obrera y, luego, un largo cuadro de la decadencia fascista, con la exhibición de todos sus vicios.

“Novecento” es un melodrama operístico que narra un pasaje de la historia en “flash back” a partir del 25 de Abril de 1945, fecha de la liberación de Italia del yugo fascista. Estamos a principio de siglo y vemos correr a un muchacho que grita “Verdi ha muerto”, la desaparición de uno de los grandes hombres de la cultura, Guiseppe Verdi que participó en la unión del estado italiano y, que sus óperas eran coreadas por el pueblo italiano como un himno revolucionario. Mientras, en las tierras de la familia Berlinghieri se produce un doble acontecimiento: ha nacido Alfredo, futuro heredero de la hacienda, y minutos antes lo ha hecho Olmo, nieto mayor del campesino Leo Dalco. Los abuelos, Alfredo (Burt Lancaster) y Leo (Sterling Hayden), amigos-enemigos, lo celebran: “el mío será notario”, dice Alfredo; “El mío será ladrón”, sentencia Leo. Ambos niños crecerán juntos educados cada uno en su mundo, el rico con sus privilegios, el pobre con sus miserias.

Una película fascinante, magistralmente fotografiada por ese virtuoso de la luz que es Storaro, de un realismo atroz y despiadado, acompañado de una música sublime de Ennio Morricone, clásica y moderna a la vez, pero por encima de todo evocadora y emocionante. Donald Sutherland encarna a Attila, el fascista administrador de la hacienda, un ser abyecto y abominable que implanta el terror de los camisas negras, cachorros de Mussolini. Mientras nos alegra con sus bromas un Rigoleto (bufón), sufrimos la opresión del explotador y el sufrimiento del explotado, el hambre, la injusticia y la rebelión de un pueblo que pide que la tierra debe ser para quien la trabaja. Pero en el fondo lo que perdura son los valores universales, la justicia, el amor de Alfredo por la sofisticada Ada (Dominique Sanda) y la amistad eterna del patrón atolondrado Alfredo y el campesino bastardo Olmo.

La película se ocupa también del paso de la cultura agraria a la cultura industrial. Mutilada en su estreno en muchos países por su larga duración, boicoteada en los Estados Unidos (más de cinco horas, que sólo se pudo ver en el Festival de Cannes de 1976). Pero ahora existe afortunadamente para los aficionados una versión completa con 2 DVD editado por el sello Divisa y con algunos extras. Una película ambiciosa, con su despliegue de banderas rojas y sus hoces y martillos a punto de cruzarse empuñados bajo un amanecer escarlata, fue el paradigma del cine político. Campesinos y terratenientes, la obra magna de Bertolucci, en el fondo es una utopía, porque el buen cine siempre nos cuenta utopías.
Antonio Morales
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