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Voto de Antonio Morales:
7
Drama. Intriga Mauricio es un francés que llega a Barcelona huyendo de la justicia. Se refugia en una pensión del barrio chino y se enamora de Pilar, la sobrina del dueño. Poco después, se comete un asesinato en el barrio, y Mauricio, cuyo pasado es bastante oscuro, se convierte en el principal sospechoso. Pilar confía en su inocencia e intenta averiguar la verdad, pero las circunstancias se confabulan contra él. (FILMAFFINITY)
2 de noviembre de 2015
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dentro de la larga filmografía de Rafael Gil, cineasta casi olvidado, pero que me gustaría reivindicar, quizás “La calle sin sol”, junto a “El clavo”, sean los mejores trabajos de su carrera, sin olvidar una excelente versión de “Don Quijote”. “La calle sin sol” tiene un reparto que reunía a los mejores actores de la época, basada en un sólido argumento del genial dramaturgo Miguel Mihura, también responsable de esos diálogos llenos de ironía y ternura. El film mezcla espléndidamente dos elementos, por un lado, la crítica social, aunque tímidamente expuesta y realizada desde una óptica cristiana, por el otro, una intriga no excesivamente apasionante, pero sí bien desarrollada, que se presenta en un primer plano, pero que no consigue distraer el trasfondo social en el que se desarrolla la historia, los bajos fondos de una gran ciudad.

Entre el melodrama vestido de sainete costumbrista y el testimonio social, narra la vida de Mauricio (Antonio Vilar), huyendo como polizón en un carguero que se acerca a Barcelona, al Raval (barrio chino barcelonés) llega el extranjero, aparentemente francés, que en las primeras secuencias aparece como responsable de la muerte de una mujer. Los humildes habitantes de esa calle sin sol – un título poético que alude a esas calles agostas y oscuras del casco antiguo de la Ciudad Condal donde el astro rey apenas se cuela unos minutos – lo acogen con cariño, especialmente Pilar (una jovencísima Amparo Rivelles), sobrina y camarera del dueño de un cafetín, aunque sospechan que su pasado no es del todo limpio. A pesar del interés de sus responsables, el film no podía huir de la realidad española de aquellos años, es decir, de los censores y sus normas de conducta.

Mihura aporta una naturalidad que entronca con el neorrealismo italiano, muy de moda entonces, mientras que el cineasta se inspira más en un cierto realismo poético francés de la preguerra. La película no gustó al público, en cambio, sí a la crítica. No cabe duda que “La calle sin sol” aportaba, en aquellos momentos, un cierto aire de novedad a un cine español muy encorsetado, y que tiene logros, esa grisura de lo cotidiano como las imágenes de los pobres reunidos cada mañana bajo los pocos rayos de sol que se filtran a una hora concreta por un callejón, o el personaje de Luis, ese mendigo con su esposa ciega que acaba robándole protagonismo a Mauricio y Pilar, y qué decir de la campechanía del inefable Manolo Morán, de charlatán de feria a amigo altruista de la pareja de enamorados. Un film bello y emotivo.
Antonio Morales
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