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Voto de Antonio Morales:
8
8,0
5.962
Drama
A comienzos del siglo XV, el monje pintor Andrei Rublev acude junto con sus compañeros a Moscú para pintar los frescos de la catedral de la Asunción del Kremlin. Fuera del aislamiento de su celda, Rublev comenzará a percatarse de las torturas, crimenes y matanzas que tienen aterrorizado al pueblo ruso... La biografía del pintor ruso Andrei Rublev -Andrei Rubliov-, famoso por sus iconos, sirve de base para hacer un minucioso retrato de ... [+]
6 de noviembre de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Andrei Rublev es un raro ejemplo de perfección formal, placer estético y valentía narrativa, porque en esta película no sólo destaca la planificación dentro de cada secuencia, sino la propia estructura de las secuencias y la ausencia de “raccord” en sus uniones. Y es que Tarkovsky, que se mueve con la misma comodidad en un relato fragmentado que en un discurso clásico, es capaz de, después de ocho episodios independientes, cuya acción suele haber comenzado antes de lo que se nos muestra en la pantalla, plagados de referencias cruzadas, culminar la película con otro episodio, que siendo igualmente profundo y hermoso, tiene una estructura convencional.
Después de haber sido educado en el amor a Dios y a la tierra rusa, el joven monje Andrei Rublev, dotado de un gran talento para la pintura, sale del monasterio de Andronikov para viajar hasta Moscú y pintar allí los frescos de la catedral de la Asunción. La pérdida de su inocencia y su brutal encuentro con la realidad de su patria servirán a Andrei Tarkovsky (1932-1986) para poner en imágenes la indigencia moral y espiritual del ser humano. Tarkovsky era un luchador, un artista que continuamente debía luchar por su trabajo, y sorprendentemente siempre ganaba, al crear las películas que concebía, era un artista original y único, su cine no es de evasión, es de contemplación y reflexión.
En ocho episodios nítidamente separados pero consecutivos en el tiempo, el monje pintor conocerá la envidia, la tortura, el poder de unos sobre otros, la manipulación de lo sagrado, el deseo, el paganismo, la realidad. El encuentro del pintor con el lado más físico de la existencia le hará renunciar a su propio arte e incluso a la palabra: “haré voto de silencio, no tengo nada que hablar con los hombres”. Rublev necesitó toda una vida para comprender que el proceso creativo desborda y supera en importancia a su creador; “Todo lo que yo pinté fue quemado – le dice Teófanes – y nunca he renunciado a pintar”. Tarkovky fue capaz de dar cuerpo a esa reflexión y hacer de ella una película monumental a los treinta y dos años. Este elogio de la reflexión individual como antítesis de las confusas actitudes colectivas irritó a las autoridades soviéticas, que consideraron la película como “peligrosa” y, aduciendo supuestas infidelidades históricas y cierto abuso de imágenes violentas, retrasaron su estreno hasta 1971. Desde entonces, Andrei Tarkovsky sería ya siempre en su país un director “sospechoso”.
Continúa en spoiler.
Después de haber sido educado en el amor a Dios y a la tierra rusa, el joven monje Andrei Rublev, dotado de un gran talento para la pintura, sale del monasterio de Andronikov para viajar hasta Moscú y pintar allí los frescos de la catedral de la Asunción. La pérdida de su inocencia y su brutal encuentro con la realidad de su patria servirán a Andrei Tarkovsky (1932-1986) para poner en imágenes la indigencia moral y espiritual del ser humano. Tarkovsky era un luchador, un artista que continuamente debía luchar por su trabajo, y sorprendentemente siempre ganaba, al crear las películas que concebía, era un artista original y único, su cine no es de evasión, es de contemplación y reflexión.
En ocho episodios nítidamente separados pero consecutivos en el tiempo, el monje pintor conocerá la envidia, la tortura, el poder de unos sobre otros, la manipulación de lo sagrado, el deseo, el paganismo, la realidad. El encuentro del pintor con el lado más físico de la existencia le hará renunciar a su propio arte e incluso a la palabra: “haré voto de silencio, no tengo nada que hablar con los hombres”. Rublev necesitó toda una vida para comprender que el proceso creativo desborda y supera en importancia a su creador; “Todo lo que yo pinté fue quemado – le dice Teófanes – y nunca he renunciado a pintar”. Tarkovky fue capaz de dar cuerpo a esa reflexión y hacer de ella una película monumental a los treinta y dos años. Este elogio de la reflexión individual como antítesis de las confusas actitudes colectivas irritó a las autoridades soviéticas, que consideraron la película como “peligrosa” y, aduciendo supuestas infidelidades históricas y cierto abuso de imágenes violentas, retrasaron su estreno hasta 1971. Desde entonces, Andrei Tarkovsky sería ya siempre en su país un director “sospechoso”.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Ya en el primer episodio, antes de que Andrei Rublev inicie su viaje, un hombre consigue sostenerse en el aire con un globo rudimentario ante la sorpresa y el miedo al progreso de los demás; pero será un vuelo efímero, tan efímero como la capacidad del hombre de elevar su pensamiento por encima de la realidad. Esa realidad dura e inamovible contra la que se golpea el osado aventurero del prólogo de la película es la misma que recibirá con hostilidad al hasta entonces sobreprotegido Rublev.
El aislamiento contemplativo al que llega Andrei Rublev sólo puede ser roto por la solidaridad con otro creador; después de asistir al proceso de fundición de una gran campana por parte de un adolescente y de ver cómo el Gran Príncipe le desprecia por su aspecto, Rublev lo recoge del suelo y le abraza diciendo: “Iremos juntos al monasterio de la Trinidad, tú fundirás campanas y yo pintaré iconos”.
Cuando al final de la película el primer tañido de la campana despierta a Andrei Rublev de su abstracción, y después de que las brasas pasen a ser de color y a iluminar los iconos de este gran artista, no nos será difícil comprender que en esta ocasión, como sucede siempre en el cine de Tarkovsky, el argumento ha estado al servicio de un discurso metafísico, de un discurso áspero y apasionante que desconfía profundamente de la humanidad, pero que permite intuir en algunos individuos una luz débil de esperanza.
El aislamiento contemplativo al que llega Andrei Rublev sólo puede ser roto por la solidaridad con otro creador; después de asistir al proceso de fundición de una gran campana por parte de un adolescente y de ver cómo el Gran Príncipe le desprecia por su aspecto, Rublev lo recoge del suelo y le abraza diciendo: “Iremos juntos al monasterio de la Trinidad, tú fundirás campanas y yo pintaré iconos”.
Cuando al final de la película el primer tañido de la campana despierta a Andrei Rublev de su abstracción, y después de que las brasas pasen a ser de color y a iluminar los iconos de este gran artista, no nos será difícil comprender que en esta ocasión, como sucede siempre en el cine de Tarkovsky, el argumento ha estado al servicio de un discurso metafísico, de un discurso áspero y apasionante que desconfía profundamente de la humanidad, pero que permite intuir en algunos individuos una luz débil de esperanza.