Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Antonio Morales:
7
Intriga. Thriller. Cine negro Tras dos años de reclusión, Stephen Neale abandona el sanatorio mental de Lembridge. Se encuentra entonces con un mundo distinto que nada tiene que ver con lo que él conocía. A su alrededor todo resulta inexplicable, sobre todo, el ser víctima de una persecución por parte de agentes del nazismo. Pero, cuando Stephen decide contarle a otras personas lo que le sucede, lo único que consigue es que piensen que está loco. (FILMAFFINITY)
5 de noviembre de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estupenda adaptación del relato homónimo de Graham Greene, escritor que mantuvo una estrecha relación con el cine, pues siempre expresó su gran interés por el cinematógrafo. “El ministerio del miedo” se inicia de un modo ejemplar, revelador de un estilo visual tan conciso como elocuente: imagen de un reloj en una habitación en semi penumbra, posterior ampliación del encuadre y aparición de un individuo recostado, pendiente de ese reloj, aparición de otro individuo, tras un intercambio breve de palabras conocemos que el primer individuo está próximo a abandonar el lugar en el que está recluido. Todo parece indicar una prisión, pero cuando el hombre abandona el lugar, una leve panorámica nos muestra de que se trata de un sanatorio mental.

Fritz Lang, lejos de cualquier floritura innecesaria, elabora un sucinto prólogo de introducción al personaje central: Stephen Neale (Ray Milland), un hombre atormentado que arrastra un oscuro pasado, víctima de una falsedad y que regresa a la sociedad para reordenar su vida. Pero por culpa del azar y la ironía del destino, Stephen se verá implicado en un misterioso asunto de espionaje, por lo que será perseguido por la policía. El clima de paranoia y complot (donde tienen cabida falsos ciegos, asesinatos repentinos, espiritismo y bombardeos), jugando con el misterio y el “film noir” donde los gángsters son espías nazis, todos pueden mentir, todos pueden ser espías. Todos están descritos con una gran fuerza introspectiva.

Sin renunciar a su estilo como cineasta, en esta película Fritz Lang está muy cerca del universo de Alfred Hitchcock: la falsedad de las apariencias, el azar, el falso culpable, la influencia del pasado, el sentido de culpa, la amistad traicionada, el mimetismo del Mal e, incluso, su genuino McGuffin, el dichoso pastel que motiva toda la trama. El cineasta lo conjuga todo sabiamente, formando un diabólico entramado, una atmósfera onírica. Como es común en Lang, lo desconocido supera al individuo y actúa como principal fundamento de su miedo.

Pero al igual de lo que suele acontecer en el universo de Hitchcock, este recorrido por la angustia le sirve al personaje a encontrar la estabilidad emocional. El film se decanta por una notoria tendencia a una poética de la oscuridad conjugada con un cierto barroquismo urbano (ventanas con cristales empapados, calles rebosantes de misterio) y una atmósfera malsana. Lang consigue en el film que el concepto derive siempre de la sugerencia visual – rasgo que, de hecho, está en el fondo de la esencia misma del cine –. Y lo hace siempre sin subrayar, sin enfatizar, pues su cine siempre fue escueto y austero.
Antonio Morales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow