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Voto de Antonio Morales:
8
Comedia Un fabricante catalán de porteros electrónicos viaja a Madrid, acompañado de su amante, para asistir a una cacería que él mismo ha organizado. Lo que pretende es relacionarse con gente de la alta sociedad española para promocionar su negocio. En la finca del marqués de Leguineche conoce a diversos personajes y vive multitud de situaciones tan absurdas como disparatadas. (FILMAFFINITY)
11 de diciembre de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tachado por algunos de escapista y de mal español por el propio dictador, Francisco Franco, Berlanga fue un humilde pero gran cronista de su tiempo, pues a través de sus películas, sus comedias, desde ese humor ácido, satírico y esperpéntico, supo poner en solfa la situación socio política española. El cineasta entendía, como Chaplin, Lubitsch y Wilder, que el humor irreverente era la mejor arma para denunciar una determinada situación social o régimen político, la parodia, el ingenio, el absurdo y la burla solapada para evitar ser “corneado” por la censura, siempre atenta para amordazar al artista.

Sin alcanzar la resonancia de “”Bienvenido, Mr. Marshall”, “Plácido” o “El verdugo”, tres obras maestras, en mi opinión, “La escopeta nacional” forma parte de una trilogía, junto a “Patrimonio Nacional” y “Nacional III” que narra las peripecias de la saga del Marqués de Leguineche (Luis escobar) y su pervertido hijo (J. L. López Vázquez), una familia aristocrática venida a menos. Berlanga y su guionista habitual, el escritor Rafael Azcona, autor de esos diálogos punzantes y desternillantes, urdieron una trama familiar que ocupa los tres tiempos de la transición democrática: el final del régimen franquista, la vuelta a la monarquía y la democracia y la llegada de los socialistas al poder en 1982, respectivamente.

“La escopeta nacional” es una comedia coral, un sainete costumbrista lleno de personajes ridículos y estrafalarios, narra una cacería en la mansión rural de los Leguineche organizada por un industrial catalán, Jaime Canivell (un papel delirante, del gran José Sazatornill) que acude acompañado de su secretaria (Mónica Randall), en realidad su amante, con la intención de proponer a un ministro franquista (Antonio Ferrandis) la instalación en todo el país de los porteros electrónicos que el industrial fabrica. A la cita también concurrirán una serie de personajes estrafalarios, aduladores, parásitos y “correveidiles” que como resultado de todo ello, producirán un sin fin de situaciones jocosas y disparatadas.

El film transpira un aire lúdico que fácilmente contagia al espectador que puede apreciar unas situaciones que resultan muy típicas de la época en que transcurre. Los planos secuencia son de gran maestría hilvanando escenas y creando una atmósfera de ceremonia de la confusión. Por otra parte, la sátira “berlanguiana”, con ser inclemente, no procede nunca de un sentimiento de rabia y venganza personal, sino que es una visión lúcida de las cosas, animada por una profunda ternura hacia el ser humano en sus aspectos más ridículos o en sus actitudes más mezquinas.
Antonio Morales
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