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Voto de Antonio Morales:
9
Drama. Comedia. Romance Un rico aristócrata duda si abandonar a su amante para conservar el amor de su esposa, una mujer cortejada al mismo tiempo por su confidente y un famoso aviador. En el trascurso de una cacería de fin de semana en Sologne y de una fiesta, las intrigas amorosas de señores y sirvientes se mezclarán desembocando en un hecho inesperado. (FILMAFFINITY)
24 de agosto de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca un film ha sido capaz de acercarnos al espíritu de una época cultural pasada y a la vez convertirse en testimonio del momento de su realización como ocurre en “La régle du jeu” de Jean Renoir. Partiendo de la tragicomedia “Les caprices de Marianne” de Alfred de Musset publicada en 1883. Renoir se inspira en la tradición literaria ilustrada francesa de la segunda mitad del siglo XVIII, como “Le mariage de Figaro” de Beaumarchais (citada explícitamente en la introducción de la película). De manera muy temprana, 15 años antes del nacimiento formal del “Free Cinema”, de la “Nouvelle Vague” o de otras precursoras de la modernidad cinematográfica como “Un verano con Mónica” 1952, de I. Bergman y “Te querré siempre” 1953, de R. Rossellini. “La regla del juego” presenta una estructura narrativa alejada de las normas del cine clásico de la época, para dejar al descubierto su relojería interna, que no opta por un estilo definido, lógico por otra parte, si tenemos en cuenta que fue tomando forma en el rodaje, sobre la marcha, en la que gran parte de los diálogos se escribían al compás de la filmación.

Para entender el proceso de gestación de una obra tan moderna, pues se inicia en 1938, cuando se intuye la inminente Segunda Guerra Mundial, resultaba cada vez más difícil creer en los relatos legitimadores de la Historia, que constituían el sustrato ideológico y formal de toda la narrativa decimonónica. Sin olvidar que estos relatos reflejaban, de manera ejemplar, los valores morales y artísticos de una clase social (la burguesía) que había ascendido al poder tras la revolución francesa, y que por ello mismo, resultaba inapropiados para mostrar en profundidad, como Renoir pretendía hacer con su nuevo trabajo, las formas de vida de otra clase social (la aristocracia), que había sido desplazada del poder por aquélla y cuya función, era ya meramente “representativa”.

Coincidencia voluntaria o no, el hecho cierto es que en la creación de esta película, se van a dar cita, por un lado, unos modelos artísticos de estructura abierta, inspirados en el romanticismo, y un tema central aglutinado en torno al concepto de “representación”, y por otro, la crisis de los valores racionalistas de la ilustración y el clima pesimista de preguerra. La combinación de todos estos elementos (formales, ideológicos, algunos de índole creativa y profesional) dará lugar a un film abierto que se levanta sobre una estructura forjada a partir de un continuo juego de azares, de encuentros y desencuentros en torno a la “representación” de unos personajes que se ponen constantemente en escena a sí mismos y de una estructura dramática donde se dan cita, de forma consciente, la farsa, el vodevil, la comedia burlesca o el music hall.

Nada más apropiado, por otra parte, que este tipo de estructura para mostrar los hábitos de vida de los protagonistas del film, un grupo de ociosos aristócratas parisinos que, situados fuera del tiempo y la historia, voluntariamente de espaldas a los acontecimientos que están a punto de sumergir a su país en el conflicto bélico más cruento del siglo XX, se dedican únicamente a jugar y a representar sus papeles respectivos en un continuo cruce de mentiras y engaños, de galanteos amorosos y añejas convenciones sociales. Y esta misma actitud la comparten, de manera ridícula y esperpéntica, sus criados y sirvientes, quienes vienen a amplificar con sus conductas el comportamiento hipócrita de sus amos y dejan al descubierto la vaciedad de unas reglas de juego carentes de sentido.

Dentro de este universo regido por las apariencias, por los cambios continuos y por el protagonismo colectivo no hay un eje rector ni un héroe individual al que el espectador pueda asirse y por ello mismo, Renoir crea un universo caótico, urdido de pequeñas historias. El cineasta muestra la vaciedad de ese mundo en trance de desaparición, y al mismo tiempo aprovecha para reflexionar acerca de la capacidad del cine para capturar la realidad. En los márgenes de esta reflexión (muy propia de la modernidad cinematográfica), Renoir conseguirá finalmente, ofrecer uno de los retratos más conmovedores, lúcidos y amargos del ser humano y, sobre todo, de una época.
Antonio Morales
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