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Voto de Antonio Morales:
7
Comedia España, finales de los años 40. Paulino Alonso es un hombre corriente, propietario de una ortopedia, que por su casual parecido con el dictador Francisco Franco es raptado y entrenado para la operación Jano. Su familia le da por muerto, e invocan su alma por medio del espiritismo con resultados negativos, lo que les hace sospechar que está desaparecido, pero no muerto. (FILMAFFINITY)
14 de agosto de 2015
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante muchos años en la España franquista, corrió el rumor de que Franco tenía un doble, que el régimen del dictador utilizaba como sustituto para situaciones de riesgo personal, intentando eludir cualquier posible atentado a su persona que en más de una ocasión, sus opositores y enemigos habían barajado. El resultado es una parodia despiadada y desternillante, que solapa la desgraciada vida del propietario de una ortopedia madrileña que tiene el infortunio de parecerse físicamente al dictador, pero que también recrea un romántico amor otoñal. Allí vive y trabaja Paulino Alonso (el actor argentino José Soriano) con su esposa (Chus Lampreave), aficionada al espiritismo, sin más horizontes que el trabajo cotidiano, las pequeñas “escapadas” inconfesables a un discreto burdel, bajo un estricto catolicismo militante.

Sin embargo, la aparición por la ortopedia del “camarada” Sinsoles (un genial José Sazatornil, premiado con el Goya ese año), a ratos con un siniestro traje negro, otros de azul falangista como corresponde, le convierte al pobre Paulino , en un doble del Caudillo. Del infortunado Paulino, un prototipo de pequeño burgués, que se siente privado de libertad y, en ocasiones, del espantajo al que debe imitar, se aprovecha Mercero el cineasta, para realizar una comedia costumbrista y jocosa, que no repara en satirizar las consignas, dogmas, lemas y discursos de adoctrinamiento que el impostor debe aprender para pronunciarlo en público, además de utilizar sus conocidos y ridículos gestos, altivos, desafiantes y marciales.

Gracias al cine, ese invento “peor que la bomba atómica” como clama en el film desde el púlpito, un sacerdote escandalizado por “Gilda” (de calificación moral rechazable), debe interesar a Mercero para integrar en esta reproducción de época, elementos de la comedia costumbrista española y del “slapstick” americano. La película guarda algunas similitudes o situaciones de dos obras maestras como “Ser o no ser” y “El gran dictador” ambas caricaturizaban al tirano Adolf Hitler. Pero con la gran diferencia de que ambas obras se realizaron durante el mandato del genocida.

Mercero realiza una reescritura “desmitificadora” de este regalo que la Divina Providencia hizo a los españoles, una comedia agridulce, a ratos emotiva y otras tierna, pero inmisericorde y mordaz con los métodos ideológicos e inhumanos del camarada Sinsoles, el mezquino hombre de confianza del sátrapa, servil y miserable pero eficaz y concienzudo en su siniestra labor. Antonio Mercero, quizás sin la brillantez de los maestros Lubitsch y Chaplin, ni la inmediatez en el tiempo en que se ha filmado, vuelve a demostrar que no ha hay mejor forma de criticar y denunciar las injusticias que con el humor, despreciando jocosamente sin solemnidades que lo único que consiguen es agitar los fantasmas de los malos recuerdos.
Antonio Morales
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