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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Preston Tucker está obsesionado con la idea de crear un automóvil revolucionario para su época, que sea potente, veloz, aerodinámico y que se adelante en su diseño a lo que debe ser el coche del futuro. Su afán por triunfar le lleva a pedir ayuda a su familia y a enfrentarse con los colosos de la producción en serie de Detroit. (FILMAFFINITY)
12 de abril de 2013
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El hecho de que Preston Tucker y Howard Hughes hayan encontrado en Francis F. Coppola y Martin Scorsese sus respectivos exégetas fílmicos, se me antoja, tras volver a visionar ambos films, casi como una predestinación común. Dos fuertes caracteres individualistas, pasionales, visionarios y megalómanos, empeñados uno en construir “el coche del futuro”, y el otro “el avión del futuro”, perseguidos ambos por senadores corruptos (el perro nunca muerde la mano que le da de comer) que defienden a los poderosos (la Ford, Chrysler y la General Motors contra Tucker; la Pan Am contra Hugues) aparecen convertidos en héroes cinematográficos de dos genios creadores (Coppola y Scorsese) individualistas, apasionados, visionarios y megalómanos.

Centrándonos en el film de Coppola, este es un proyecto muy personal y querido por el cineasta, que es uno de los afortunados que posee uno de los 50 “Tucker Torpedo” que se construyeron. Es curioso que a finales de la década de los 40, ya existiera un automóvil con frenos de disco, tracción a las 4 ruedas, motor de inyección, habitáculo de seguridad y cristales laminados con los imprescindibles cinturones de seguridad. ¿Cuántas vidas podía haber salvado este Preston Tucker?, un hombre que se atrevió a plantar cara a los colosos de Detroit, que no dudaron en aplastar al visionario e innovador emprendedor que ofrecía en aquel tiempo lo que ellos tardaron 30 años en ofrecer a sus clientes.

La visión que se nos propone de Tucker no es victimista o sombría, sino extrañamente alegre y confiada. El único momento inquietante aparece significativamente en el encuentro de nuestro héroe con el único hombre que parece reconocer su genio; el neurótico y excéntrico Howard Hughes (Dean Stockwell) empeñado en una locura similar, el aeroplano “Sprude Goose”, artefacto futurista que casi llena el inmenso hangar desierto. La película es siempre luminosa, radiante (extraordina fotografía de Vittorio Storaro), con sistemáticos encuadres en contrapicado para subrayar el carácter heroico de los personajes.

Tucker, está interpretado por Jeff Bridges que sorprendentemente está muy contenido en esta ocasión, aunque otro actor menos complaciente con sus sonrisas y gestos simpáticos habrían beneficiado el resultado final. Dean Tavoularis nos ofrece un fascinante diseño de producción que nos sitúa perfectamente en esa época, sin olvidar a ese secundario de lujo que es Martin Landau. No quiero terminar sin recomendarles que escuchen atentamente las palabras que Tucker emplea para “seducir” al jurado del tribunal que le juzga. Pues es una autentica declaración de principios del espíritu liberal y emprendedor en una economía de libre mercado.
Antonio Morales
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